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haciendo más, ¿quiere una taza?<br />

—Perdone —dijo Ignatius—. ¿Vas a pasarte toda la tarde entreteniendo<br />

a este caballero, madre? He de recordarte que voy a ir esta noche al cine y que<br />

tengo que estar listo para llegar a las siete, porque quiero ver los dibujos<br />

animados. Creo que deberías empezar a preparar algo de <strong>com</strong>er.<br />

—Será mejor que me vaya —dijo el patrullero Mancuso.<br />

—Debería darte vergüenza, Ignatius —dijo la señora Reilly con voz<br />

colérica—. El señor Mancuso y yo estamos tomando un café. Te has portado<br />

pésimamente toda la tarde. No te importa de dónde saque ese dinero. Te da<br />

igual que me metan .en la cárcel. Todo te da igual.<br />

—¿Voy a verme atacado en mi propio hogar ante un extraño de barba<br />

postiza?<br />

—Qué disgustos me das.<br />

—Oh, vamos —Ignatius se volvió al patrullero Mancuso—. ¿Tiene<br />

usted la bondad de largarse? Está poniendo nerviosa a mi madre.<br />

—LO único que el señor Mancuso hace, es ser amable.<br />

—Será mejor que me vaya —dijo exculpatoriamente el patrullero<br />

Mancuso.<br />

—Conseguiré ese dinero —chilló la señora Reilly—. Venderé esta casa.<br />

La venderé digas lo que digas. Y me iré a un asilo.<br />

Cogió una esquina del hule y se enjugó los ojos.<br />

—Si no se va usted —dijo Ignatius al patrullero Mancuso, que se estaba<br />

colocando la barba— llamaré a la policía.<br />

—El es la policía, imbécil.<br />

—Esto es totalmente absurdo —dijo Ignatius, y se fue chancleteando—<br />

Me voy a mi habitación.<br />

Cerró la puerta de su cuarto de un portazo y cogió del suelo una libreta<br />

Gran Jefe. Luego, se echó de nuevo en la cama, entre las almohadas, y empezó<br />

a garrapatear en una página amarillenta. Tras casi treinta minutos de tirarse del<br />

pelo y morder el lápiz, empezó a <strong>com</strong>poner un párrafo.<br />

Si Rosvita estuviera hoy con nosotros, recurriríamos todos a ella<br />

buscando consejo y guía. Desde la austeridad y la tranquilidad de su mundo<br />

medieval, la mirada penetrante de esta sibila legendaria, esta monja santa,<br />

exorcizaría los horrores que se materializan ante nuestros ojos en eso que<br />

llamamos televisión. Si pudiéramos conectar un globo ocular de esta santa<br />

mujer con el aparato de televisión, qué fantasmagórica explosión de electrodos<br />

se produciría. Las imágenes de esos niños lascivamente giratorios se<br />

desintegrarían en infinidad de iones y moléculas, produciéndose con ello la<br />

catarsis que la tragedia de la corrupción de los inocentes inevitablemente<br />

exige.

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