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—Cierre el pico, Jones. Creo que voy a tener que llamar a todos mis<br />

amigos de la <strong>com</strong>isaría. Está despedido. Darlene también. Sabía que no debía<br />

dejarla salir al escenario. Y llévate ese pájaro, que no lo quiero en mi acera —<br />

Lana se volvió a la gente—: Bueno, amigos, ahora que están aquí todos, ¿qué<br />

les parece si entran en el Noche de Alegría? Tenemos un espectáculo con<br />

mucha clase.<br />

—Mira, Lee —dijo la mujer hispana lanzando una bocanada de halitosis<br />

hacia Lana Lee—. ¿Quién va a pagar ahora los veinticuatro dólares del<br />

champán?<br />

—Tú también estás despedida, latina asquerosa —Lana sonrió—.<br />

Vamos, adentro, amigos, disfruten de una buena bebida preparada por<br />

nuestros mezcladores técnicos especializados siguiendo instrucciones exactas.<br />

La gente miraba, sin embargo, con curiosidad el montículo blanco, que<br />

resollaba ruidoso, declinando la invitación de Lana Lee.<br />

Lana Lee estaba a punto de dar la vuelta y emprenderla a patadas con el<br />

montículo hasta hacerle volver en sí, y salir de su calle, cuando el hombre del<br />

sombrero hongo dijo muy cortésmente:<br />

—Me gustaría utilizar su teléfono. Quizá sea mejor que llame a una<br />

ambulancia.<br />

Lana miró el traje de seda, el sombrero, los ojos verdes e inseguros. Ella<br />

sabía localizar a un buen cliente. ¿Un médico rico? ¿Un abogado? Quizá<br />

lograse convertir aquel pequeño fracaso en algo positivo y beneficioso.<br />

—Cómo no —murmuró—. Pero mire, no pierda usted el tiempo con ese<br />

tipo de la calle. Es un vagabundo. Podría usted aprovechar la velada y<br />

divertirse un poco.<br />

Y rodeó la blanca montaña de tela blanca, que resollaba y roncaba<br />

volcánicamente. Ignatius, vagando por Fantasilandia, soñaba con una Myrna<br />

Minkoff aterrada, a quien juzgaba un tribunal del buen gusto y de la decencia,<br />

declarándola culpable. De un momento a otro, se iba a pronunciar una<br />

sentencia terrible, una sentencia que garantizaría daños físicos contra su<br />

persona, <strong>com</strong>e castigo por sus innumerables delitos. Lana Lee se acercó más al<br />

hombre del traje de seda y buscó algo en su mono dorado de lame. Se acuclilló<br />

junto a él y, subrepticiamente, le mostró la foto boeciana.<br />

—Eche un vistazo a esto, amigo. ¿Le gustaría pasar la noche con eso?<br />

El individuo del sombrero hongo apartó la vista del rostro pálido de<br />

Ignatius y miró a la mujer, miró el libro, miró el globo terráqueo y la tiza y<br />

carraspeó una vez más. Luego dijo:<br />

—Soy el patrullero Mancuso. Policía secreta. Queda usted detenida por<br />

proposición deshonesta y posesión de pornografía.<br />

En ese momento irrumpieron, desbordando a la gente que rodeaba a

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