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Ignatius. Aunque es terrible que yo lo diga, mi propio hijo está mal de la<br />

cabeza,<br />

—Tienes muy mala cara. ¿Por qué no echas a alguno de ésos y te metes<br />

en una de las camas que hay por aquí y duermes una siesta? Anda, vuelve de<br />

aquí a una hora.<br />

—He estado levantada toda la noche. Cuando me llamó Angelo<br />

diciéndome que estabas en el hospital, casi me da un ataque. Casi me caigo de<br />

cabeza contra el suelo de la cocina. Podría haberme roto el cráneo. Luego,<br />

entré en mi cuarto a vestirme y me disloqué un tobillo. Y estuve a punto de<br />

chocar al venir con el coche.<br />

—No, otro choque no —balbució Ignatius—. Esta vez tendría que irme<br />

a trabajar en las minas de sal.<br />

—Toma, imbécil. Angelo me dijo que te lo diese.<br />

La señora Reilly buscó junto a su silla y alzó del suelo el grueso<br />

volumen de La consolación por la filosofía. Lo lanzó contra la cama,<br />

apuntando una de sus esquinas a la barriga de Ignatius.<br />

—Augg —gorgoteó Ignatius.<br />

—Angelo lo encontró anoche en el bar —dijo audazmente la señora<br />

Reilly—. Alguien se lo robó en los lavabos de la estación de autobuses.<br />

—¡Oh, Dios mío! Todo esto ha sido preparado —chilló Ignatius,<br />

blandiendo la inmensa edición entre sus zarpas—. Ahora lo entiendo todo. Te<br />

dije hace mucho que ese subnormal de Mancuso sería nuestra desgracia.<br />

Ahora ha asestado su golpe final. Qué inocente fui al prestarle este libro.<br />

Cómo me han embaucado<br />

Cerró los ojos inyectados en sangre y balbuceó incoherentemente unos<br />

instantes. Luego continuó:<br />

—Engañado por una pelandusca del Tercer Reich que ocultaba su rostro<br />

depravado detrás de mi propio libro la base misma de mi visión del mundo.<br />

Ay, madre, si supieses con qué crueldad me ha burlado una conspiración de<br />

subhumanos. Irónicamente, el libro de Fortuna me ha traído mala suerte. ¡Oh,<br />

Fortuna, degenerada impúdica.<br />

—Cállate —gritó la señora Reilly, la cara empolvada crispada por la<br />

cólera—. ¿Quieres que venga aquí todo el pabellón de recuperación? ¿Qué<br />

crees que va a decir ahora la señorita Annie? ¡Cómo voy a mirar a la gente a la<br />

cara ahora, estúpido, loco! Ahora en el hospital quieren veinte dólares por<br />

dejarte salir. El conductor de la ambulancia no pudo llevarte al Hospital de<br />

Caridad <strong>com</strong>o un buen hombre, no. Tuvo que traerte aquí, a un hospital de<br />

pago. ¿De dónde crees que voy a sacar los veinte dólares? Mañana tengo que<br />

pagar una factura de tu trompeta. Tengo que pagarle a aquel hombre lo de su<br />

casa.

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