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agotador, te lo aseguro. Dándole a ese cuchillo de ostras en los ladrillos.<br />

—Yo ni siquiera lo intentaría —dijo honradamente la señora Reilly.<br />

—A mí no me importa. Cuando era jovencita, siempre le abría las ostras<br />

a mi mamá. Ella tenía un puestecito de pescado junto al mercado de<br />

Lautenschlaeger. Pobre mamá. Directamente del barco. Apenas hablaba<br />

inglés. Y yo, que era una cosita así de pequeña, abriendo ostras. No fui a la<br />

escuela. De veras, chica. Tenía que estar allí aporreando ostras en la acera. De<br />

vez en cuando, mamá me aporreaba a mí. Siempre había mucho jaleo<br />

alrededor de nuestro puesto. Sí.<br />

—Tu mamá era muy nerviosa, ¿verdad?<br />

—Pobrecíta. Allí de pie, con lluvia y con frío, con su vieja papalina<br />

puesta, la mitad de las veces sin entender lo que decía la gente. La vida era<br />

dura en aquellos tiempos, Irene. Todo estaba más difícil, chica.<br />

—Desde luego, desde luego —convino la señora Reilly—. Nosotros<br />

también las pasamos negras en la Calle Dauphine. Papá era muy pobre. Tenía<br />

un trabajo en un taller de carros, pero luego llegaron los automóviles y se<br />

enganchó una mano en una correa de ventilador. Prácticamente vivíamos a<br />

base de alubias y arroz.<br />

—A mí las alubias me dan muchos gases.<br />

—A mí también, hija, a mí también. Oye, Santa, ¿por qué me llamaste,<br />

cielo?<br />

—Ah, sí, ya se me olvidaba. ¿Te acuerdas de la otra noche que fuimos a<br />

jugar a los bolos?<br />

—¿El martes?<br />

—No, fue el miércoles, creo. Bueno, es igual. La noche que detuvieron<br />

a Angelo y no pudo venir.<br />

—Qué horrible, ¿verdad? La policía deteniendo a uno de los suyos.<br />

—Sí. Pobre Angelo. Con lo bueno que es. Cuántos problemas tiene en<br />

esa <strong>com</strong>isaría —Santa tosió ásperamente al teléfono—. En fin. fue la noche<br />

que viniste conmigo en tu coche y fuimos solas a la bolera. Pues esta mañana,<br />

estaba yo en el mercado de pescado <strong>com</strong>prando esas ostras y se me acerca un<br />

señor ya mayor y me dice: «¿No estaba usted en la bolera la otra noche?» Y le<br />

digo: «Sí señor, voy mucho a la bolera. » Y él va y me dice: «Bueno, yo<br />

estaba allí con mi hija y su marido, y la vi a usted con una señora pelirroja.» Y<br />

yo le digo: «¿Se refiere usted a la señora con el pelo teñido de aleña? Es mi<br />

amiga la señora Reilly. Estoy enseñándola a jugar a los bolos.» Eso fue todo,<br />

Irene. Luego, me saludó con el sombrero y salió del mercado.<br />

—¿Y quién puede ser? —dijo muy intrigada la señora Reilly—. Qué<br />

cosa más rara. ¿Y qué aspecto tenía?<br />

—Un hombre agradable, ya mayor. Le he visto por el barrio llevando a

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