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ganó el motor fuera-borda que rifaron las hermanas el año pasado.<br />

La señora Reilly estaba sentada en el sofá, inmóvil, mirando fijamente<br />

su vaso, <strong>com</strong>o si acabara de descubrir una cucaracha flotando en él.<br />

—¡Irene! —gritó Santa—. ¿Qué haces, chica? Di «Hola» al señor<br />

Robichaux.<br />

La señora Reilly alzó la vista y reconoció al viejo al que había detenido<br />

el patrullero Mancuso delante de D. H. Holmes.<br />

—Me alegro de conocerle —dijo la señora Reilly al vaso.<br />

—Quizá la señorita Reilly no se acuerde —le dijo el señor Robichaux a<br />

Santa, que resplandecía de felicidad—. Pero ya nos conocemos.<br />

—¡Vaya, pensar que ustedes dos son viejos amigos! —dijo Santa muy<br />

feliz—. Qué pequeño es el mundo.<br />

—Ay, yi, yi, yi —dijo la señora Reilly, la voz ahogada por la<br />

angustia—. Oh la lá.<br />

—¿Se acuerda usted? —dijo el señor Robichaux—. Fue en el centro,<br />

junto a Holmes. Aquel policía intentaba llevarse a su chico, pero me llevó a mí<br />

en su lugar.<br />

Santa enarcó las cejas sorprendida.<br />

—¡Oh, sí! —dijo la señora Reilly—. Creo que ya me acuerdo. Un poco.<br />

—Pero no fue culpa suya, señorita Reilly. Fueron ellos, los policías.<br />

Son todos una pandilla de <strong>com</strong>unistas.<br />

—No tan alto —advirtió la señora Reilly—. Las paredes son muy finas<br />

en esta casa.<br />

Y, tras decir esto, movió el codo y derribó del brazo del sofá su vaso<br />

vacío.<br />

—¡Oh, señor! Santa, quizá debieras decirle a Angelo que se fuese. Yo<br />

ya cogeré un taxi. Dile que se vaya por la parte de atrás. Es más fácil para él,<br />

¿<strong>com</strong>prendes?<br />

—Ya entiendo lo que quieres decir, querida —Santa se volvió al señor<br />

Robichaux—. Escuche, cuando nos vio a mi amiga y a mí allí en la bolera, no<br />

iba con nosotras ningún hombre, ¿verdad?<br />

—Ustedes, señoras, estaban solas.<br />

—¿No fue ésa la noche en que A. se hizo detener? —cuchicheó la<br />

señora Reilly a Santa.<br />

—Oh, sí, Irene. Tú pasaste a recogerme en tu coche. Acuérdate que se<br />

soltó el parachoques del todo, justo enfrente de la bolera.<br />

—Sí, sí. Lo puse en el asiento de atrás. Ignatius fue el que me hizo<br />

destrozar ese coche, me ponía tan nerviosa desde el asiento de atrás.<br />

—Oh, no —dijo el señor Robichaux—. Lo único que no puedo soportar<br />

es un mal perdedor o un mal deportista.

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