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en un buen lío, hijo. ¿Sabes lo que pueden hacerte por falsificación? Pueden<br />

meterte en una prisión federal. Y ese pobre hombre con un pleito encima,<br />

puede costarle quinientos mil dólares. Ahora sí que la has hecho buena,<br />

Ignatius. Ahora sí que estás metido en un buen lío.<br />

—Por favor —dijo débilmente Ignatius.<br />

Su piel pálida estaba adquiriendo un tono blancuzco con matices<br />

grisáceos. Se sentía muy mal. La válvula exigía maniobras diversas que<br />

excedían en originalidad y violencia todo lo que hubiera podido hacer hasta<br />

entonces.<br />

—Te dije que pasaría esto cuando fuese a trabajar.<br />

El señor Levy tomó la ruta más corta para volver al muelle de la Calle<br />

Desire. Salió de Napoleón hacia el paso elevado del Broad, y entró en la<br />

autopista, inundado por una emoción que era una versión lejana pero<br />

identificable de la resolución. Si el resentimiento había inducido realmente a<br />

la señorita Trixie a escribir aquella carta, la persona responsable del pleito de<br />

Abelman era sin duda la señora Levy. ¿ Podía la señorita Trixie escribir algo<br />

tan inteligible <strong>com</strong>o aquella carta? El señor Levy tenía la esperanza de que<br />

hubiera sido capaz de hacerlo. Cruzó de prisa la barriada de la señorita Trixie,<br />

pasando ante bares y letreros de CANGREJO HERVIDO y OSTRAS CON<br />

MEDIA CONCHA que brotaban por todas partes. En la casa de apartamentos,<br />

siguió el rastro de trapos escaleras arriba hasta una puerta marrón. Llamó y le<br />

abrió la señora Levy con:<br />

—Mira quién ha vuelto. La amenaza del idealista. ¿Has resuelto tu<br />

caso?<br />

—Quizá.<br />

—Vaya, ahora hablas <strong>com</strong>o Gary Cooper. Me respondes sólo con una<br />

palabra. El sheriff Gary Levy.<br />

La señora Levy dio un tirón con los dedos a una molesta pestaña<br />

aguamarina.<br />

—Bueno, vamos. Trixie está atracándose de pastas. Y a mí me da<br />

náuseas.<br />

El señor Levy pasó delante de su mujer y se vio frente a una escena que<br />

jamás había podido imaginar. La mansión Levy no le había preparado para<br />

interiores <strong>com</strong>o el que acababa de ver en la Calle Constantinopla... ni para<br />

aquél. El apartamento de la señorita Trixie estaba decorado con trapos, basura,<br />

trozos de metal, cajas de cartón. Debajo de todo aquello debía haber muebles,<br />

sin duda. Pero la superficie, el terreno visible, era un paisaje de ropas viejas,<br />

cajas y periódicos. Había un paso por el centro de la montaña, un pequeño<br />

claro entre la basura, un estrecho pasillo de suelo despejado que conducía a<br />

una ventana junto a la que estaba sentada, en una silla, <strong>com</strong>iendo pastas

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