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llamas. La música se elevó una vez más del tabernáculo. Dorian huyó a hablar<br />

con un grupo de invitados, ignorando visiblemente a Ignatius, igual que el<br />

resto de los que estaban en la habitación. Ignatius se sintió tan solo <strong>com</strong>o se<br />

había sentido aquel lúgubre día en el instituto, cuando en el laboratorio de<br />

química había explotado su experimento, quemándole las cejas y aterrándole.<br />

La conmoción y el terror le habían hecho mearse en los pantalones, y nadie<br />

del laboratorio le había hecho caso, ni siquiera el profesor, que le odiaba<br />

ostensiblemente por otras explosiones similares anteriores. Durante el resto de<br />

aquel día, mientras deambulaba penosamente por el instituto, todos habían<br />

fingido que era invisible. Ignatius, sintiéndose invisible, allí de pie en el salón<br />

de Dorian, <strong>com</strong>enzó a fintear con un adversario imaginario con el sable para<br />

aliviar su embarazo.<br />

Muchos cantaban con el disco. Dos empezaron a bailar cerca del<br />

fonógrafo. El baile se extendió <strong>com</strong>o un incendio forestal, y pronto se llenó<br />

aquello de parejas que giraban y danzaban alrededor del solitario Ignatius, una<br />

especie de mole gibreltaresca. Cuando Dorian pasó a su lado en brazos del<br />

vaquero, Ignatius intentó inútilmente atraer su atención. Intentó incluso<br />

golpear al vaquero con el sable, pero formaban los dos una pareja de baile<br />

escurridiza y ladina. Justo cuando estaba a punto de esfumarse por <strong>com</strong>pleto,<br />

irrumpieron Frieda, Liz y Betty, procedentes de la cocina.<br />

—No podíamos soportar más esa cocina —le dijo Frieda a Ignatius—.<br />

Después de todo, también somos seres humanos.<br />

Luego le asestó un golpecito en el estómago.<br />

—Parece que te han dejado de lado, ¿eh, Gordito? —dijo.<br />

—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó con altivez Ignatius.<br />

—Parece que tu disfraz no ha tenido demasiado éxito —<strong>com</strong>entó<br />

—Perdónenme, señoras, he de irme.<br />

—Eh, no te vayas, gordinflón —dijo Betty—. Ya te sacará alguien a<br />

bailar. Sólo quieren hacerte rabiar un poco. No abandones el barco. Son<br />

capaces de hacer rabiar hasta a su propia madre.<br />

En aquel momento, Timmy, que había vuelto al sector de los esclavos a<br />

por el amuleto que había perdido y, esperaba, a por más jueguecitos con las<br />

cadenas, apareció en el salón. Se acercó a Ignatius y le preguntó<br />

lánguidamente:<br />

—¿Quieres bailar?<br />

—¿Mira, ves? —le dijo Frieda a Ignatius<br />

—Esto no me lo pierdo —chilló Liz— Tengo ganas de veros a los dos<br />

meneando el culo. Venga.<br />

—¡Oh, Dios mío! —dijo Ignatius—. Por favor. Yo no bailo.<br />

—Oh, vamos —dijo Timmy—. Te enseño yo. A mí me encanta bailar.

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