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—Bueno —dijo Ignatius—. Si me sigue la policía, nadie se atreverá a<br />

robarme.<br />

Ignatius se alejó lentamente de las oficinas centrales de Vendedores<br />

Paraíso entre los numerosos peatones que se apartaban a ambos lados de la<br />

gran salchicha <strong>com</strong>o olas ante la proa de un barco. Era mejor modo de pasar el<br />

tiempo que ver a jefes de personal, varios de los cuales, pensó Ignatius, le<br />

habían tratado bastante malévolamente en los últimos días. Dado que los<br />

locales cinematográficos quedaban ya fuera de su alcance por falta de fondos,<br />

habría tenido que vagar, aburrido y sin destino, por el barrio <strong>com</strong>ercial hasta<br />

que le pareciese que podía volver a casa. La gente de la calle miraba a<br />

Ignatius, pero nadie <strong>com</strong>praba. Después de recorrer media manzana, <strong>com</strong>enzó<br />

a gritar:<br />

—¡Salchichas! ¡Salchichas del Paraíso!<br />

—Salga usted de la acera, amigo —gritó un viejo, detrás suyo.<br />

Ignatius dobló la esquina y aparcó el carro contra un edificio. Abrió las<br />

diversas tapas y se preparó un bocadillo, que devoró ávidamente. Su madre<br />

llevaba toda la semana de un humor violento, negándose a <strong>com</strong>prarle Dr. Nut,<br />

aporreando la puerta de su cuarto cuando intentaba escribir, amenazando con<br />

vender la casa e irse a vivir a un asilo de ancianos. Le hablaba a Ignatius del<br />

mérito del patrullero Mancuso que, pese a tenerlo todo en contra, luchaba para<br />

conservar su trabajo, quería trabajar, no se desanimaba por la tortura y el<br />

exilio en los servicios de la estación de autobuses. La situación del patrullero<br />

Mancuso le recordaba a Ignatius la de Boecio, cuando estaba preso por orden<br />

del emperador antes de ser ejecutado. Para pacificar a su madre y mejorar las<br />

condiciones de vida en casa, le había dado La consolación por la filosofía, una<br />

traducción inglesa de la obra de Boecio, escrita mientras sufría una prisión<br />

injusta y le había dicho que se la diese al patrullero Mancuso, para que la<br />

leyera mientras estaba escondido en su cabina.<br />

—El libro nos enseña a aceptar lo que no podemos cambiar. Describe el<br />

calvario de un hombre justo en una sociedad injusta. Es la verdadera base del<br />

pensamiento medieval. Ayudaría, sin duda, a tu patrullero en sus momentos de<br />

crisis —dijo benévolamente Ignatius.<br />

—¿Sí? —había preguntado la señora Reilly—. Oh, qué amabilidad,<br />

Ignatius. Ya verás lo contento que se pondrá Angelo.<br />

Durante un día, al menos, aquel regalo al patrullero Mancuso aportó una<br />

paz temporal a la vida en la Calle Constantinopla.<br />

En cuanto concluyó el primer bocadillo de salchicha, Ignatius se<br />

preparó y consumió otro, pensando en otras amabilidades que le permitiesen<br />

posponer el trabajar de nuevo. Quince minutos después, percibiendo que la<br />

reserva de salchichas en el pocilio disminuía visiblemente, se decidió en favor

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