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—Mira cómo me has dejado el jersey, monstruo repugnante.<br />

—Sólo la carroña más presuntuosa se atrevería a lucir un extravío <strong>com</strong>o<br />

ése. Deberías tener un poco de decencia en el vestir, o al menos un poco de<br />

gusto.<br />

—Eres un ser horrible. Con ese corpachón.<br />

—Probablemente tendré que pasarme varios años en el hospital de<br />

garganta, nariz y oídos para curarme esto —dijo Ignatius, acariciándose la<br />

oreja—. Quizá recibas todos los meses unas facturas médicas escalofriantes.<br />

Mi equipo de abogados se pondrá en contacto contigo por la mañana en el<br />

lugar donde desarrolles tus dudosas actividades. Les advertiré previamente<br />

que pueden esperar a ver y oír cualquier cosa. Todos son abogados<br />

piestigiosos, pilares de la <strong>com</strong>unidad, aristócratas criollos que tienen un<br />

conocimiento muy limitado de las formas más subrepticias de existencia.<br />

Pueden incluso negarse a verte. Quizás envían a uno considerablemente<br />

menos representativo a que te vea, algún socio joven a quien hayan admitido<br />

en el grupo por piedad.<br />

—Eres un animal.<br />

—Sin embargo, para ahorrarte la angustia de esperar a que esta falange<br />

de luminarias legales llegue a esa telaraña de apartamento en que vives,<br />

aceptaré un arreglo ahora mismo, si quieres. Cinco o seis dólares serían<br />

suficiente.<br />

—Este jersey cuesta cuarenta dólares —dijo el joven; examinó la parte<br />

rota que había desgarrado el sable—. ¿Estás dispuesto a pagarlos?<br />

—Desde luego que no. Nunca tengas altercados con indigentes.<br />

—Puedo demandarte.<br />

—Quizá debiéramos abandonar ambos la idea de recurrir a la ley. Para<br />

un acontecimiento tan poco auspicioso <strong>com</strong>o un juicio, probablemente te<br />

dejarías arrastrar por el entusiasmo y aparecerías con tiara y traje de noche. Un<br />

juez viejo podría sentirse muy desconcertado. Probablemente nos<br />

considerasen a los dos culpables de algún delito inventado.<br />

—Bestia repugnante.<br />

—¿Por qué no te largas y te entregas a alguna diversión dudosa que te<br />

atraiga? —Ignatius eructó—. Mira, fíjate en ese marinero que va por la Calle<br />

Chartres. Parece muy solo.<br />

El joven miró hacia el extremo de la calleja que daba a la Calle<br />

Chartres.<br />

—Oh, ése —dijo—. Pero si ése es Timmy.<br />

—¿Timmy? —preguntó furioso Ignatiut—. ¿Le conoces?<br />

—Pues claro —dijo el joven con voz hastiada—. Es uno de mis amigos<br />

más queridos y de los más antiguos. Pero no es marinero.

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