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sonrisa y vio a Ignatius abrir su grasienta bolsa de papel marrón—. De todos<br />

modos, no voy a poder parar a <strong>com</strong>er porque tengo que terminar estos<br />

informes y estas facturaciones.<br />

—Sí, será mejor que lo termine. No podemos permitir que Levy Pants<br />

quede rezagada en la lucha por la supervivencia del más apto.<br />

Ignatius mordió su primer emparedado, arrancando la mitad, y mascó<br />

un rato muy satisfecho.<br />

—Espero que aparezca la señorita Trixie —dijo cuando terminó el<br />

emparedado, tras emitir una serie de eructos que sonaron <strong>com</strong>o si todo su<br />

tracto digestivo se hubiera desintegrado—. Me temo que mi válvula no va a<br />

soportar carne para la <strong>com</strong>ida.<br />

Mientras liquidaba el relleno del segundo emparedado, arrancándolo del<br />

pan con los dientes, entró la señorita Trixie, con la visera verde de celuloide<br />

en la nuca.<br />

—Aquí está —dijo Ignatius al jefe administrativo a través de la gran<br />

hoja de lechuga mustia que le colgaba de la boca.<br />

—Oh, sí —dijo débilmente el señor González—. Señorita Trixie.<br />

—Ya suponía yo que la carne activaría sus facultades. Venga aquí,<br />

MADRE DEL COMERCIO.<br />

La señorita Trixie tropezó con la estatua de San Antonio.<br />

—Toda la mañana he estado pensando que había algo especial que no<br />

recordaba, Gloria —dijo la señorita Trixie, cogiendo el emparedado y<br />

dirigiéndose a su escritorio. Ignatius observó fascinado el <strong>com</strong>plicado proceso<br />

de encías, lengua y labios que ponía en movimiento cada trozo de<br />

emparedado.<br />

—Tardó usted mucho en cambiarse —le dijo el jefe administrativo a la<br />

señorita Trixie, percibiendo con amargura que el nuevo conjunto era poco más<br />

presentable que el camisón y la bata.<br />

—¿Quién? —preguntó la señorita Trixie, sacando una lengua cubierta<br />

de carne y pan masticados.<br />

—Decía que tardó usted mucho en cambiarse.<br />

—¿Yo? Pero si acabo de irme.<br />

—¿Quiere dejar de molestarla, por favor? —exigió Ignatius muy<br />

irritado.<br />

—El retraso no tiene explicación. Vive usted aquí mismo, junto a los<br />

muelles —dijo el jefe administrativo, y volvió a sus papeles.<br />

—¿Le ha gustado? —preguntó Ignatius a la señorita Trixie cuando cesó<br />

la última mueca de sus labios.<br />

La señorita Trixie asintió y <strong>com</strong>enzó diligentemente un segundo<br />

emparedado. Cuando iba por la mitad, se retrepó en su asiento.

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