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—A mí, la verdad, siempre me gusta una buena pasta después de <strong>com</strong>er<br />

—explicó la señora Reilly al camarero, que le volvió la espalda.<br />

—Estoy segura de que es usted una cocinera estupenda, ¿a que sí? —<br />

dijo Darlene.<br />

—Mamá no cocina —dijo dogmáticamente Ignatius—. Quema.<br />

—Yo también cocinaba cuando estuve casada —les explicó Darlene—.<br />

Pero utilizaba mucha cosa enlatada. Me gusta ese arroz a la española que<br />

hacen y los spaghetti con salsa de tomate.<br />

—La <strong>com</strong>ida enlatada es una perversión —dijo Ignatius—. Sospecho<br />

que es en el fondo muy dañina para el alma.<br />

—Ay, Señor, ya empieza otra vez este codo —suspiró la señora Reilly.<br />

—Por favor. Estoy hablando —le dijo su hijo—. Yo nunca <strong>com</strong>o<br />

alimentos enlatados. Lo hice una vez, y me di cuenta de que mis intestinos<br />

empezaban a atrofiarse.<br />

—Has tenido una buena educación —dijo Darlene.<br />

—Ignatius estudió en la universidad. Luego se quedó allí cuatro años<br />

más para sacar el título. Se licenció entre los más listos.<br />

—«Se licenció entre los más listos» —repitió Ignatius con cierta<br />

acritud—. Habla con propiedad, por favor. ¿Qué quieres decir exactamente<br />

con eso?<br />

—No le hables así a tu mamá —dijo Darlene.<br />

—Oh, me trata mal a veces, sí —dijo la señora Reilly, alzando la voz, y<br />

empezó a llorar—. Ay, no sabes, querida, si supieras. Cuando pienso en todo<br />

lo que he hecho por este chico...<br />

—¿Pero qué dices, mamá?<br />

—No me agradeces todo lo que he hecho por ti.<br />

—Basta ya. Me parece que has bebido demasiada cerveza.<br />

—Me tratas <strong>com</strong>o si fuera el cubo de la basura. Y soy buena —gimió la<br />

señora Reilly; luego, se volvió a Darlene—: Gasté todo el dinero del seguro de<br />

su pobre abuelo Reilly para que pudiera estar ocho años en la universidad; y<br />

desde entonces, lo único que ha hecho ha sido dar vueltas por la casa y ver la<br />

televisión.<br />

—Debería darte vergüenza —dijo Darlene a Ignatius—. Un hombrote<br />

<strong>com</strong>o tú. Mira tu pobre mamá.<br />

La señora Reilly se había desplomado, sollozando, sobre la barra,<br />

sujetando con una mano el vaso de cerveza.<br />

—Esto es ridículo. Ya está bien, mamá.<br />

—Si hubiera sabido que era usted tan cruel, señor, no habría escuchado<br />

esa enloquecida historia del autobús.<br />

—Levántate, madre.

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