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—¿Cómo se llamaba aquel chiflado?<br />

—Reilly. Ignatius, J. Reilly.<br />

—¿De veras? —dijo con interés la señorita Trixie—. Qué raro. Yo<br />

siempre creí que...<br />

—Señorita Trixie, por favor —dijo irritado el señor Levy.<br />

Aquel mamarracho de Reilly trabajaba para la empresa en la época en<br />

que estaba fechada la carta a Abelman.<br />

—¿Cree usted que Reilly sería capaz de escribir una carta <strong>com</strong>o ésa?<br />

—Puede —dijo el señor González—. No sé. Yo tenía depositadas en él<br />

grandes esperanzas, hasta que intentó que aquel obrero me abriera la cabeza.<br />

—Muy bien —gimió la señora Levy—. Eso es, lo mejor es intentar<br />

acusar al joven idealista. Marginarle adonde el idealismo no moleste. La gente<br />

<strong>com</strong>o ese joven idealista no anda haciendo cosas bajo cuerda. Verás cuando<br />

Susan y Sandra se enteren de esto.<br />

La señora Levy hizo un gesto que indicaba que las chicas se quedarían<br />

verdaderamente horrorizadas ante la noticia.<br />

—Llaman aquí negros para pedirle consejo —continuó— y tú te<br />

dispones a prepararle una trampa. No podré soportar esto mucho más, no<br />

puedo. ¡No puedo!<br />

—¿Entonces quieres que diga que fui yo quien escribió eso?<br />

—¡Por supuesto que no! —gritó la señora Levy a su esposo—. ¿Crees<br />

que quiero acabar en un asilo? Si el joven idealista lo escribió, tendrá que ir a<br />

la cárcel por falsificación.<br />

—Bueno, díganme, ¿qué pasa aquí? —preguntó el señor Zalatimo—.<br />

¿Va a cerrarse esta pocilga o qué? En fin, me gustaría saberlo.<br />

—Usted cállese, gángster —contestó furiosa la señora Levy—. Antes de<br />

que le echemos la culpa.<br />

—¿Eh?<br />

—¿Te quieres callar? Estás liándolo todo —dijo el señor Levy a su<br />

mujer; luego, se volvió al jefe administrativo—: Localíceme el teléfono de ese<br />

Reilly.<br />

El señor González despertó a la señorita Trixie y le pidió una guía<br />

telefónica.<br />

—Las guías telefónicas las guardo todas yo —masculló la señorita<br />

Trixie—. Y no va a usarlas nadie.<br />

—Entonces, búsquenos un tal Reilly en la Calle Constantinopla.<br />

—Bueno, ya está bien, eh, Gómez —masculló la señorita Trixie Pare el<br />

carro.<br />

La señorita Trixie sacó las tres guías telefónicas que estaban en alguno<br />

de los escondrijos de su escritorio y, examinando las páginas con un cristal de

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