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que daba patadas a la papelera con frustración alfabética.<br />

—Triste, triste, un negocio a la basura, jóvenes idealistas desdichados<br />

rebajándose a falsificar para desquitarse.<br />

—Largúense de una vez —masculló la señorita Trixie, dando una<br />

palmada en la mesa.<br />

—Fíjate qué convicción hay en esa voz —dijo la señora Levy orgullosa,<br />

mientras su redonda y peluda figura era arrastrada a través de la puerta—. He<br />

hecho un milagro.<br />

La puerta se cerró y el señor Zalatimo se acercó a la señorita Trixie,<br />

rascándose con aire ausente. Le dio una palmada en el hombro y preguntó:<br />

—Oiga, señora, quizá pueda usted ayudarme en esto. ¿Qué cree usted<br />

que va primero, Willis o Williams?<br />

La señorita Trixie le miró furiosa un instante. Luego, le hundió los<br />

dientes en la mano. El señor González oyó desde la fábrica los gritos del señor<br />

Zalatimo. No sabía si abandonar al chamuscado señor Palermo para ir a ver<br />

qué había pasado allí, o quedarse en la fábrica, donde los obreros habían<br />

empezado a bailar unos con otros al son de la música de los altavoces. Levy<br />

Pants le exigía mucho a uno.<br />

En el coche deportivo, mientras atravesaban las marismas, camino otra<br />

vez de la costa, la señora Levy dijo apretándose la ondulante piel alrededor<br />

del cuello:<br />

—Voy a crear una Fundación.<br />

—Ya. Supon que ese abogado de Abelman nos saca el dinero.<br />

—No podrá. El joven idealista está atrapado —dijo ella, muy<br />

tranquila—. Tiene antecedentes penales. Luego está lo del motín. Con esas<br />

referencias, está perdido.<br />

—Vaya. Ahora, resulta que estás de acuerdo en que tu joven idealista es<br />

un delincuente.<br />

—Es evidente que sólo estaba él.<br />

—Claro, porque tú querías disfrutar de la señorita Trixie.<br />

—Así es.<br />

—Muy bien. Pero no habrá Fundación.<br />

—Susan y Sandra no se alegrarán precisamente cuando sepan que tu<br />

actitud de vagabundo hacia el mundo casi las arruina, sólo por el hecho de que<br />

no te molestaste en supervisar tu propia empresa, y ahora tenemos encima un<br />

pleito por medio millón. Las chicas no te lo perdonarán. Por lo menos, hasta<br />

ahora les proporcionabas <strong>com</strong>odidades materiales. No les gustará nada saber<br />

que podrían haber acabado de prostitutas, o algo peor.<br />

—Por lo menos le sacarían dinero a la cosa, en vez de darlo gratis.<br />

—Por favor, Gus. Ni una palabra más. Hasta en mi espíritu embrutecido

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