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que pueda descender ya más —eructó—. ¿Puedo preguntar qué hacía allí ese<br />

policía cretino?<br />

—Anoche, cuando te escapaste, telefoneé a Santa y le dije que<br />

localizara a Angelo en la <strong>com</strong>isaría y le pidiera que investigara qué hacías tú<br />

en la Calle St. Peter. Oí que dabas una dirección al taxista.<br />

—Muy inteligente.<br />

—Pensé que ibas a una reunión de <strong>com</strong>unistas. Me equivocaba. Dice<br />

Angelo que estuviste allí con una gente muy divertida.<br />

—En otras palabras, me hiciste seguir —gritó Ignatius—. ¡Mi propia<br />

madre!<br />

—Atacado por un pájaro —gimió la señora Reilly—. Eso sólo podía<br />

sucederte a ti, Ignatius. A nadie le ataca un pájaro.<br />

—¿Dónde está aquel conductor de autobús? Hay que demandarlo<br />

inmediatamente.<br />

—Pero si sólo te desmayaste, imbécil.<br />

—¿Qué significa entonces este vendaje? No me siento nada bien. Debo<br />

tener dañado algún órgano vital, debí dañármelo al caerme en la calle.<br />

—Sólo te hiciste un rasguño en la cabeza. No tienes nada. Te miraron<br />

con rayos equis.<br />

—¿Así que han estado manipulando mi cuerpo mientras permanecía<br />

inconsciente? Podrías haber tenido el buen gusto de impedírselo. Sabe Dios<br />

por dónde habrán estado tanteándome esos médicos lujuriosos.<br />

Ignatius se había dado cuenta de que además de la cabeza y la oreja,<br />

desde que se había despertado, había empezado a molestarle una erección. Y<br />

que exigía atención urgente, además.<br />

—¿Te importaría dejar mi reservado un momento, mientras me<br />

inspecciono para ver si me han maltratado? Bastaría con cinco minutos.<br />

—Mira, Ignatius —la señora Reilly se levantó y cogió a Ignatius por el<br />

cuello del pijama de lunares payasesco que le habían puesto—. No te hagas el<br />

listo conmigo porque te rompo la cara. Angelo me lo contó todo. Un chico con<br />

tu educación y tus estudios vagabundeando con gente rara por el Barrio<br />

Francés, entrando en un bar a ver a una dama de la noche —la señora Reilly<br />

gimoteó de nuevo—. Tuvimos suerte que no salió todo en el periódico.<br />

Habríamos tenido que dejar esta ciudad.<br />

—Tú fuiste la que introdujiste mi alma inocente en aquel antro de bar.<br />

En realidad, la culpa de todo la tiene esa chica odiosa, esa Myrna. Hay que<br />

castigarla por sus fechorías<br />

—¿Myrna? —la señora Reilly suspiró—. Pero si ni siquiera está en la<br />

ciudad. Ya estoy harta de tus historias, de ese cuento de que por culpa suya te<br />

echaron de Levy Pants. No puedes seguir haciéndome esto. Tú estás loco,

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