Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
situación se ha deteriorado. Minkoff, mi llama desapasionada, se ha vuelto<br />
contra mí. Hasta mi madre, el agente de mi destrucción, ha empezado a<br />
morder la mano que la alimenta. El ciclo es cada vez más bajo. ¡Oh, Fortuna,<br />
sombra caprichosa! ) Personalmente, he descubierto que la falta de <strong>com</strong>ida y<br />
de <strong>com</strong>odidades, en vez de ennoblecer el espíritu, crea sólo ansiedad dentro de<br />
la psique humana y canaliza los mejores impulsos del individuo únicamente<br />
hacia el fin de lograr algo que <strong>com</strong>er. Aunque tengo una Rica Vida Interior,<br />
preciso tener también algo de <strong>com</strong>ida y alguna que otra <strong>com</strong>odidad.]<br />
Pero volvamos a la cuestión que nos ocupaba: la venganza de Clyde. El<br />
vendedor que tenía antes la ruta del Barrio Francés, llevaba un absurdo<br />
atuendo de pirata, un guiño de Vendedores Paraíso al folklore y la historia de<br />
Nueva Orleans, una tentativa clydiana de relacionar la salchicha con la<br />
leyenda criolla. Clyde me obligó a probármelo en el garaje. El traje, claro está,<br />
había sido confeccionado según las medidas de la constitución tuberculosa y<br />
subdesarrollada del antiguo vendedor, y, pese a los muchos tirones,<br />
inhalaciones y esfuerzos, fue imposible encerrar en él mi cuerpo musculoso.<br />
Hubo que llegar, en consecuencia, a una especie de <strong>com</strong>promiso. Até en mi<br />
gorra el pañuelo pirata de satén rojo. Me atornillé en el lóbulo izquierdo el<br />
pendiente dorado, una versión grandes almacenes. Fijé el sable negro de<br />
plástico al costado de mi ropón blanco de vendedor con un imperdible. Un<br />
pirata muy poco impresionante, dirán los lectores. Sin embargo, cuando me<br />
contemplé en el espejo, hube de admitir que tenía un aspecto sobrecogedor y<br />
dramático. Blandiendo el sable de plástico hacia Clyde, grité: «¡Salid a la<br />
pasarela, almirante, es un motín!» Esto, debería haberme dado cuenta, fue<br />
demasiado para su mentalidad literal y salchichesca. Se asustó muchísimo y<br />
procedió a atacarme con su tenedor, <strong>com</strong>o un chuzo. Evolucionamos por el<br />
garaje <strong>com</strong>o dos espadachines en una película histórica particularmente inepta,<br />
durante unos instantes, tenedor y sable repiqueteando uno contra otro<br />
demencialmente. Dándome cuenta de que mi arma de plástico no podía igualar<br />
a un largo tenedor esgrimido por un matusalén alucinado, <strong>com</strong>prendiendo que<br />
estaba despertando los peores instintos de Clyde, intenté poner fin a aquel<br />
pequeño duelo. Pronuncié palabras pacificadoras, rogué, me rendí por último.<br />
Aún así, Clyde seguía asediándome, mi disfraz de pirata le parecía tan<br />
perfecto que al parecer le había convencido de que habíamos vuelto a los<br />
tiempos dorados de la vieja Nueva Orleans romántica, cuando los caballeros<br />
decidían las cuestiones de honor salchichesco a veinte pasos. Fue entonces<br />
cuando se encendió una luz en mi mente <strong>com</strong>pleja. Sé que Clyde intentaba, en<br />
realidad, matarme. Habría sido una excusa perfecta: defensa propia. Me había<br />
puesto en sus manos. Por suerte para mí, caí al suelo. Me había apoyado en<br />
uno de los carros, perdí mi equilibrio, siempre precario, y me desplomé.