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Imagínese qué publicidad para esta calle. Si hacen ahora algo, iré a la policía y<br />

conseguiré que le encierren. No lo soporto más. Tengo los nervios<br />

destrozados. Basta con que Ignatius se dé un baño, para que parezca que va a<br />

inundarse mi propia casa. Creo que tengo todas las vías reventadas. Soy<br />

demasiado vieja. Estoy harta de ellos —la señorita Annie miró por encima del<br />

hombro del señor Levy—: Ha sido un placer hablar con usted, señor. Adiós.<br />

Y se metió apresuradamente en su casa, cerrando las persianas de golpe.<br />

Aquella súbita desaparición confundió al señor Levy tanto <strong>com</strong>o le había<br />

confundido la extraña biografía del señor Reilly. Menudo barrio. La Mansión<br />

Levy siempre había sido una barrera que le había permitido no conocer a<br />

gente <strong>com</strong>o aquélla. Luego, el señor Levy vio que el viejo Plymouth intentaba<br />

atracar en el bordillo, rascando los tapacubos contra los amarres, antes de<br />

parar definitivamente. En la parte de atrás vio la silueta del señor Reilly. Una<br />

mujer de pelo castaño se bajó del asiento del conductor y dijo:<br />

—¡Venga, chico, sal de ahí!<br />

—No mientras no aclares tu relación con ese viejo baboso —contestó la<br />

silueta—. Creí que nos habíamos librado de ese viejo fascista degenerado. Al<br />

parecer, me equivocaba. Has estado manteniendo una relación con él a mis<br />

espaldas. Probablemente fueses tú quien le colocó allí delante de D. H.<br />

Holmes. Ahora que lo pienso, probablemente colocaste también allí a ese<br />

subnormal de Mancuso, para que se iniciara este ciclo diabólico. Qué inocente<br />

he sido, qué ingenuo. He sido, durante semanas, la víctima inocente de una<br />

conspiración. ¡Todo esto es un <strong>com</strong>plot!<br />

—¡Bájate del coche!<br />

—¿Ve usted? —dijo la señorita Annie, desde detrás de las persianas—.<br />

Ya empiezan otra vez.<br />

La puerta trasera del coche se abrió herrumbrosa y una bota salió y pisó<br />

el estribo. El tipo llevaba la cabeza vendada. Parecía cansado y estaba pálido.<br />

—No permaneceré bajo el mismo techo que una mujer disoluta. Estoy<br />

sobrecogido, me siento ultrajado. Mi propia madre. Por eso me atacabas tan<br />

cruelmente. Sospecho que has estado utilizándome <strong>com</strong>o chivo expiatorio para<br />

desahogar tus sentimientos de culpa.<br />

Qué familia, pensó el señor Levy. La madre parecía una pelandusca,<br />

desde luego. Se preguntó para qué la querría aquel policía secreta.<br />

—Cierra esa sucia boca —chillaba la mujer—. No puedes decir eso de<br />

un hombre bueno y honrado <strong>com</strong>o Claude.<br />

—Un hombre bueno —se burló Ignatius—. Sabía que acabarías así,<br />

cuando empezaste a salir con esos degenerados.<br />

Algunas personas habían salido a las puertas de las casas. Menudo día<br />

iba a ser aquél. El señor Levy corría el riesgo de inmiscuirse en una escena

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