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—Cállese ya y siga barriendo —dijo Lana a Jones, y zarandeó un poco<br />

a Darlene—. Ahora, venga, dilo bien, imbécil.<br />

Darlene suspiró desesperada y dijo:<br />

—Había muchos gorrones en aquel baile, querido, pero aún así,<br />

conservé mi amor.<br />

III<br />

El patrullero Mancuso se apoyó en la mesa del sargento y jadeó:<br />

—Tiene usted que sacarme de aquel retrete. No puedo soportarlo más.<br />

—¿Qué? —el sargento contempló la marchita imagen que tenía ante sí,<br />

los ojos rosados y acuosos detrás de las gafas, los labios secos tras la blanca<br />

perilla—. ¿Qué le pasa a usted, Mancuso? ¿Por qué no puede aguantar allí<br />

<strong>com</strong>o un hombre? Coger un catarro. Los hombres del cuerpo no cogen<br />

catarros. Los hombres del cuerpo son fuertes.<br />

El patrullero Mancuso tosió mojándose la perilla.<br />

—No ha cogido usted a nadie en esa estación de autobuses. ¿Recuerda<br />

lo que le dije? Seguirá allí hasta que me traiga a alguien.<br />

—Estoy cogiendo una neumonía.<br />

—Tómese unas pastillas. Largúese de aquí y tráigame a alguien.<br />

—Mi tía dice que si sigo en esos lavabo; me moriré.<br />

—¿Su tía? Hombre, por Dios, un hombre mayor <strong>com</strong>o usted no debe<br />

andar haciendo caso de lo que dice su tía. Vamos. ¿Con qué clase de gente se<br />

relaciona usted, Mancuso? Señoras viejas que van solas a los locales de<br />

striptease, tías... debe pertenecer usted a alguna asociación de damas o algo<br />

por el estilo. Póngase firmes.<br />

El sargento examinó la imagen miserable que tiritaba con las secuelas<br />

de una tos peligrosa. No quería ser responsable de una muerte. Mejor sería<br />

darle a Mancuso otro período de prueba antes de echarle del cuerpo.<br />

—De acuerdo. No vuelva usted a esa estación de autobuses. Dedíquese<br />

a recorrer otra vez las calles y antes de que oscurezca tráigame a alguien. Pero<br />

escuche, le doy dos semanas. Si en ese tiempo, no me trae a nadie, quedará<br />

expulsado del cuerpo. ¿Me ha entendido, Mancuso?<br />

El patrullero Mancuso asintió, resollando.<br />

—Lo intentaré. Procuraré traer a alguien<br />

—Deje de echarse sobre mí —chilló el sargento—. No quiero que me<br />

pegue el catarro. Póngase firmes. Largúese de aquí. Tómese pastillas y zumo<br />

de naranja. Santo Dios.<br />

—Le traeré a alguien —rezongó de nuevo el patrullero Mancuso, esta<br />

vez en tono menos convincente que antes. Luego, salió con su nuevo disfraz,

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