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—Deberías conocer la vida de ese pobre hombre. Deberías saber lo que<br />

el sargento de esa <strong>com</strong>isaría está intentando...<br />

—¡Basta! —Ignatius se tapó una oreja y dio un puñetazo en la mesa—.<br />

No escucharé ni una palabra más sobre ese hombre. Han sido los Mancuso del<br />

mundo los que a través de los siglos han provocado las guerras y esparcido las<br />

enfermedades. De repente, el espíritu de ese malvado invade esta casa. ¿Se ha<br />

convertido en tu Sven-gali?<br />

—Ignatius, contrólate.<br />

—Me niego a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas. Es<br />

perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha<br />

sido la de la miseria y el dolor.<br />

-—Yo no me siento mísera.<br />

—Lo eres.<br />

—No, no lo soy.<br />

—Sí, lo eres.<br />

—No lo soy, Ignatius. No me siento triste. Si me sintiese triste, te lo<br />

diría.<br />

—Si yo hubiera demolido propiedad privada en estado de embriaguez y<br />

con ello hubiera arrojado a mi hijo a los lobos, estaría dándome golpes de<br />

pecho y gimiendo. Estaría arrodillada hasta que me sangraran las rodillas,<br />

<strong>com</strong>o penitencia. Por cierto, ¿qué penitencia te puso el sacerdote por tu<br />

pecado?<br />

—Tres avemarías y un padrenuestro.<br />

—¿Nada más? —aulló Ignatius—. ¿Le explicaste lo que hiciste, que<br />

interrumpiste una obra crítica de gran importancia?<br />

—Fui a confesarme, Ignatius. Se lo expliqué todo al padre. Y él me dice<br />

«No me parece culpa suya, querida. Creo que lo único que pasó fue que el<br />

coche patinó un poquito porque la calle estaba mojada». Así que le expliqué lo<br />

tuyo. Le dije «Mi hijo dice que soy la que le impide escribir en sus cuadernos.<br />

Lleva casi cinco años escribiendo esa historia». Y el padre va y dice, «¿Sí?<br />

Bueno, no me parece tan importante. Dígale que salga de casa y vaya a<br />

trabajar»<br />

—Cómo voy a apoyar yo a la iglesia moderna, es imposible —exclamó<br />

Ignatius—. Deberían haberte azotado allí mismo, en el confesionario.<br />

—Bueno, Ignatius, mañana volverás a buscar trabajo. Hay muchísimo<br />

trabajo en la ciudad. Estuve hablando con la señorita Marie-Louise, esa vieja<br />

que trabaja en el German's, tiene un hermano tullido, con un sonofone. Es un<br />

poco sordo, ¿sabes? Pues se consiguió un trabajo estupendo en eso de las<br />

Industrias Buenavoluntad.<br />

—Quizá debería probar ahí.

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