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he conseguido». Yo primero dije, «Carnicero», <strong>com</strong>prendes...<br />

—Claro, claro.<br />

—Y entonces, él dijo, con todo descaro: «Otra cosa. Frío, frío.» Seguí<br />

pensando unos cinco minutos hasta que, en fin, no pude dar con más trabajos<br />

en los que pudiera llevarse una bata blanca <strong>com</strong>o ésa. Así que por fin me dijo:<br />

«No has acertado. He conseguido trabajo de vendedor de bocadillos de<br />

salchichas.» Casi me desmayo, Santa. Allí mismo, en la cocina. Habría sido<br />

algo horrible, romperme la cabeza allí contra el suelo.<br />

—-A él le hubiera dado igual. A ése no le importa.<br />

—A él no le importa, no<br />

—No le importa ya nada.<br />

—A él le da igual lo que le pase a su pobre madre —dijo la señora<br />

Reilly—. Con todos sus estudios... Vendiendo bocadillos por la calle, a plena<br />

luz del día.<br />

—¿Y qué le dijiste, chica?<br />

—No le dije nada. No pude. Antes de que pudiera abrir la boca, se<br />

metió en el baño. Y allí sigue, llenando el suelo de agua.<br />

—Espera un momento, Irene. Es que están aquí mis nietecitas pasando<br />

el día —dijo Santa y gritó—: ¡Sal de una vez de la cocina, niña, y vete a jugar<br />

a la acera o te rompo los morros!<br />

Una voz de niña respondió algo.<br />

—Señor, señor —continuó Santa, tranquilamente, dirigiéndose ya a la<br />

señora Reilly—. Son unas niñas muy buenas, pero a veces, ya sabes... ¡Niña!<br />

Como no te vayas ahora mismo a jugar a la calle con tu bici te rompo la cara<br />

de un bofetón. No cuelgues, Irene, un momento.<br />

La señora Reilly oyó a Santa dejar el teléfono. Luego, una niña gritó, se<br />

oyó un portazo y Santa volvió a coger el teléfono.<br />

—Ay, Dios. Sabes, Irene, ¡esa niña no obedece a nadie! Estoy<br />

preparando unos spaghetti con salsa y no hace más que jugar con la. cazuela.<br />

Ojalá las hermanas le zurrasen un poco en el colegio. Mira a Angelo. Tendrías<br />

que ver cómo le pegaban las hermanas en el colegio cuando era pequeño. Una<br />

hermana le tiró una vez contra el encerado. Por eso Angelo es hoy un hombre<br />

tan dulce y tan considerado.<br />

—A Ignatius las hermanas le querían con locura. Era un niño tan rico.<br />

Ganaba todas las estampitas porque era el que mejor se sabía el catecismo.<br />

—Pues deberían haberle roto la cabeza a coscorrones.<br />

—Ay, cuando volvía a casa con todas aquellas estampitas —sollozó la<br />

señora Reilly—. Nunca pensé que acabaría vendiendo salchichas por la calle a<br />

plena luz del día.<br />

La señora Reilly lanzó una tos nerviosa y fuerte por el teléfono y

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