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empiezan a alzar, la bandera blanca de la rendición. Mis aparatos físicos<br />

parecen disponerse a declarar una especie de tregua. El aparato digestivo ha<br />

dejado de funcionar casi <strong>com</strong>pletamente. Es muy posible que haya empezado<br />

a formarse un tejido sobre mi válvula pilórica, cerrándola para siempre.<br />

—Le voy a poner a usted en el Barrio Francés.<br />

—¿Qué? —atronó Ignatius—. ¿Cree que voy a deambular yo por esa<br />

sentina del vicio? No, lo siento, pero el Barrio Francés queda descartado. En<br />

ese ambiente se desmoronaría mi psique. Además, allí las calles son muy<br />

estrechas y muy peligrosas. Podría aplastarme fácilmente el tráfico o<br />

empotrarme contra un edificio.<br />

—Lo toma o lo deja, gordo cabrón. Es la última oportunidad que le doy<br />

—la cicatriz del señor Clyde empezaba a ponerse blanca otra vez.<br />

—¿De veras? Bueno, está bien, por favor, que no le dé otro ataque.<br />

Podría usted caerse en la olla de las salchichas y escaldarse. Si insiste,<br />

supongo que tendré que pasear mis salchichas por Sodoma y Gomorra.<br />

—De acuerdo. Entonces, quedamos en eso. Viene usted mañana por la<br />

mañana y le daremos esos chismes.<br />

—No puedo prometerle que vayan a venderse muchas salchichas en el<br />

Barrio Francés. Lo más probable es que tenga que dedicar todo el tiempo a<br />

proteger mi honor frente a los desvergonzados que viven allí.<br />

—Lo que más hay en el Barrio Francés es mercado turístico.<br />

—Eso es aún peor. Sólo los degenerados hacen turismo. Yo,<br />

personalmente, sólo salí de la ciudad una vez. Por cierto, ¿nunca le he contado<br />

aquel peregrinaje mío hasta Baton Rouge? Fuera de la ciudad abundan los<br />

horrores.<br />

—No. No quiero que me lo cuente.<br />

—Bueno, peor para usted. Podría haber aprendido cosas muy valiosas<br />

de la traumática historia de aquel viaje. Sin embargo, me alegro de que no<br />

quiera usted oírlo. Las sutilezas psicológicas y simbólicas de aquel peregrinaje<br />

probablemente queden fuera del alcance de la mentalidad de Vendedores<br />

Paraíso. Por suerte, estoy escribiéndolo todo y, en un futuro más o menos<br />

lejano, el público lector más atento y despierto se beneficiará de mi relate de<br />

ese descenso abismal por los pantanos camino de la estación interna del último<br />

horror...<br />

—Escuche, Reilly...<br />

—En el relato, he logrado un símil especialmente preciso al <strong>com</strong>parar el<br />

autobús Scenecruiser con rizar el rizo en un parque de atracciones surrealista.<br />

—¡Cállese ya! —gritó el señor Clyde. esgrimiendo amenazadoramente<br />

el tenedor—. Venga, veamos los recibos de hoy. ¿Cuánto ha vendido usted?<br />

—Oh, Dios mío —suspiró Ignatius—. Sabía que tarde o temprano

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