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llegaríamos a esto.<br />

Los dos discutieron unos minutos sobre los beneficios. Ignatius en<br />

realidad se había pasado la mañana sentado en la plaza Eads viendo el tráfico<br />

del puerto y tomando notas sobre la historia de la navegación y sobre Marco<br />

Polo en un bloc Gran Jefe. Entre nota y nota, había considerado posibles<br />

medios de destruir a Myrna Minkoff, pero no había llegado a ninguna<br />

conclusión satisfactoria. Su plan más prometedor era obtener un libro sobre<br />

municiones en la Biblioteca Pública, construir una bomba y enviársela por<br />

correo a Myrna en franqueo normal. Luego, recordó que le habían retirado la<br />

tarjeta de la biblioteca. Había perdido la tarde con el gato; Ignatius había<br />

intentado atraerlo hasta el <strong>com</strong>partimento de los panecillos, para llevárselo a<br />

casa; pero se le había escapado.<br />

—Creo que debería tener usted la delicadeza de hacer un descuento a<br />

sus empleados —dijo Ignatius engoladamente, tras que un examen de los<br />

recibos del día mostrase que, restado el coste de los bocadillos que él se había<br />

<strong>com</strong>ido, su salario era exactamente de un dólar veinticinco centavos—.<br />

Después de todo, me estoy convirtiendo en su mejor cliente.<br />

El señor Clyde hundió el tenedor en la bufanda del vendedor Reilly y le<br />

ordenó salir inmediatamente del garaje, amenazándole con el despido si no<br />

aparecía temprano para empezar a trabajar en el Barrio Francés.<br />

Ignatius caminó hasta el tranvía de muy mal humor y subió en él,<br />

camino de la parte alta de la ciudad, eructando gas Paraíso tan violentamente<br />

que, aunque el tranvía estaba lleno, nadie quiso sentarse a su lado.<br />

Cuando entró en la cocina, su madre le recibió poniéndose de rodillas y<br />

diciendo:<br />

—¡Señor! ¿Por qué me hiciste cargar con esta cruz terrible? ¿Qué hice<br />

yo, Señor? Dime. Mándame una señal. Yo he sido buena.<br />

—Deja de blasfemar inmediatamente —gritó Ignatius.<br />

La señora Reilly interrogaba al techo con los ojos, buscando respuesta<br />

entre el pringue y las grietas.<br />

—Vaya recibimiento tras una jornada deprimente luchando por la<br />

supervivencia en las calles de esta ciudad salvaje.<br />

—¿Qué te has hecho en la mano?<br />

Ignatius miró los arañazos que le había hecho el gato cuando intentaba<br />

meterlo en el <strong>com</strong>partimento de los panecillos.<br />

—Tuve una batalla casi apocalíptica con una prostituta hambrienta —<br />

eructó—. De no ser por mi fuerza muscular superior habría saqueado mi carro.<br />

Al final, hubo de alejarse del lugar de la lucha cojeando, con sus chillonas<br />

galas hechas jirones.<br />

—¡Ignatius! —gritó trágicamente la señora Reilly—. Cada día estás

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