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escenario. Su gorra parecía una luz de candilejas verde v solitaria. Estando tan<br />

cerca, quizá pudiera hacerle algún gesto a la señorita O'Hara o cuchichearle<br />

algo sobre Boecio que llamase su atención. Se quedaría sobrecogida cuando se<br />

diera cuenta de que había entre el público un alma gemela. Ignatius miró a su<br />

alrededor, al puñado de individuos de ojos vacuos que había por allí sentidos.<br />

La señorita O'Hara tenía, desde luego, que derramar sus perlas ante un rebaño<br />

de cerdos bastante deprimente, unos individuos que parecían ser del tipo de<br />

esos viejos dudosos y ojerosos que molestan a los niños en los cines.<br />

Un conjunto de tres instrumentos situada en un ala del pequeño<br />

escenario inició You are my Lucky Star. Por el momento, en el escenario, que<br />

también parecía estar bastante sucio, no se veían vacantes. Ignatius miró hacia<br />

la barra intentando llamar la atención del servicio que hubiera y tropezó con<br />

los ojos del camarero que les había servido a él y a su madre. El camarero<br />

fingió no verle. Luego, Ignatius hizo un guiño ostentoso a una mujer que<br />

estaba apoyada en la barra, una hispana cuarentona que emitió una respuesta<br />

aterradora con un cliente de oro o dos. La mujer se apartó de la barra antes de<br />

que el camarero pudiera detenerla y se acercó a Ignatius, que estaba arrimado<br />

al escenario <strong>com</strong>o si fuera una estufa caliente.<br />

—¿Quieres beber, chico?<br />

Ignatius percibió que a través del bigote se filtraba cierta halitosis. Se<br />

arrancó el pañuelo de la gorra y se protegió con él las narices.<br />

—Sí, gracias —dijo, con voz apagada—. Un Doctor Nuts, si hace el<br />

favor. Y cerciórese de que esté muy frío.<br />

—Ya veo lo que hay —dijo enigmáticamente la mujer que volvió a la<br />

barra atronando con sus escandalosas sandalias de paja.<br />

Ignatius vio que hablaba con el camarero haciendo gestos burlones.<br />

Todos estos gestos iban dirigidos en su mayoría a Ignatius. Al menos, pensó,<br />

en aquel antro se libraría de aquellas chicas musculosas que debían estar<br />

recorriendo el barrio en aquel momento. El camarero y la mujer hicieron<br />

algunos gestos más. Luego, ella volvió donde estaba Ignatius con dos botellas<br />

de champán y dos vasos.<br />

—No tenemos Doctor Nuts —dijo, posando la bandeja en la mesa—.<br />

Mira, debes veinticuatro dólares por este champán.<br />

—¡Esto es un ultraje! —dijo Ignatius dirigiendo unos cuantos<br />

mandobles de sable a la mujer—. Tráigame una cocacola.<br />

—No hay coca. No hay Doctor Nuts. Sólo champán —la mujer se<br />

sentó—. Vamos, querido. Abre el champán. Tengo mucha sed.<br />

El aliento apestoso asedió de nuevo a Ignatius, que se apretó el pañuelo<br />

sobre la nariz con tal fuerza que pensó que se ahogaría. Cogería algún germen<br />

con aquella mujer, un germen que correría rápidamente hacia su cerebro y le

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