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En Estados Unidos, uno es inocente mientras no se demuestre su<br />

culpabilidad. Quizá la señorita Trixie hubiera confesado. ¿Por qué no había<br />

vuelto a telefonear el señor Levy? Ignatius no sería encerrado en una clínica<br />

mental mientras, legalmente, fuese inocente aún del asunto de aquella carta. A<br />

la vista del señor Levy, su madre había reaccionado, cosa muy propia de ella,<br />

del modo más irracional y emotivo posible «Yo me encargaré de todo.» «Yo<br />

me ocuparé de ti.» Sí, ella arreglaría las cosas maravillosamente. Le<br />

enchufarían con una manguera. Un psicoanalista cretino intentaría captar la<br />

singularidad de su visión del mundo. Frustrado, el psicoanalista haría que le<br />

encerraran en una celda acolchada de dos metros por uno. No, eso era<br />

inconcebible. Prefería la cárcel. Allí sólo te limitaban físicamente. En una<br />

clínica mental jugaban con tu alma y con tu visión del mundo y con tu mente.<br />

Eso nunca lo toleraría. Su madre se había mostrado tan reservada respecto a<br />

aquella misteriosa protección que le iba a proporcionar... todos los indicios<br />

señalaban el Hospital de Caridad.<br />

¡Oh funesta Fortuna!<br />

Ahora paseaba por la casa <strong>com</strong>o una víctima. Los forzudos que el<br />

hospital utilizaba para estos casos tenían sus puntos de mira directamente<br />

centrados en él. Ignatius Reilly, el pichón, el plato, el blanco fácil. La víctima.<br />

Su madre quizá se hubiera ido simplemente a una de sus bacanales de bolera.<br />

Por otra parte, en aquel momento, podría estar entrando 'en la Calle<br />

Constantinopla un camión con rejas.<br />

Huye. Huye.<br />

Ignatius miró en su cartera. Los treinta dólares habían desaparecido,<br />

confiscados al parecer en el hospital por su madre. Miró el reloj. Eran casi las<br />

ocho. Entre siestas y sesiones de guante, habían pasado la tarde y el oscurecer<br />

con gran rapidez. Ignatius buscó en su habitación, arrojando al aire cuadernos,<br />

aplastándolos con los pies, sacándolos de debajo de la cama. Encontró algunas<br />

monedas y pasó luego al escritorio, donde encontró algunas más. Sesenta<br />

centavos en total, una suma que bloqueaba y limitaba vías de escape. Podía<br />

hallar un refugio seguro, al menos, para el resto del día: el Prytania. Cuando<br />

cerraran el cine, podría darse una vuelta por la Calle Constantinopla para ver<br />

si su madre había vuelto a casa.<br />

Se vistió en un torpe frenesí. El camisón de franela roja salió volando y<br />

quedó colgado de la lámpara. Metió los pies en las botas y se enfundó <strong>com</strong>o<br />

pudo los pantalones de tweed, que a duras penas pudo abotonar en la cintura.<br />

Camisa, gorra, abrigo, Ignatius se los puso a ciegas y corrió al pasillo,<br />

tropezando con las estrechas paredes. Cuando llegaba a la puerta de entrada,<br />

resonaron contra las persianas tres golpes ruidosos.<br />

¿Volvía el señor Levy? La válvula emitió una señal de inquietud que

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