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—Menos mal que yo me intereso por ella. Tú la habrías arrojado a la<br />

nieve hace mucho.<br />

—Esa mujer debería haberse jubilado hace mucho.<br />

—Te dije que la jubilación la mataría. Hay que procurar que se sienta<br />

necesaria y útil. Esa mujer es un auténtico ejemplo de rejuvenecimiento<br />

psíquico. Quiero que la traigas un día. Me gustaría mucho trabajar con ella.<br />

—¿Traer aquí a ese vejestorio? Estás loca. No quiero tener un<br />

recordatorio de Levy Pants roncando en mi casa. Se mearía en tu sofá,<br />

además. Puedes jugar con ella a larga distancia.<br />

—Muy propio de ti —suspiró la señora Levy—. Nunca sabré cómo he<br />

podido soportar esta crueldad durante tantos años.<br />

—Te he dejado que la tengas en la oficina, donde estoy seguro de que<br />

vuelve loco a ese González. Esta mañana cuando fui, los encontré todos en el<br />

suelo. No me preguntes lo. que estaban haciendo. Podría ser cualquier cosa —<br />

el señor Levy silbó entre dientes—. González está en la luna, <strong>com</strong>o siempre.<br />

Pero tendrías que ver al otro personaje que está trabajando allí. No sé de<br />

dónde le habrán sacado. Es algo increíble, te lo aseguro. No me atrevo a<br />

imaginar lo que pueden hacer a lo largo del día en esa oficina esos tres<br />

mamarrachos. Es asombroso que no haya pasado ya algo.<br />

V<br />

Ignatius había decidido no ir al Prytania. La película que ponían era un<br />

drama sueco muy elogiado sobre un hombre que perdía su alma, e Ignatius no<br />

tenía particular interés en verlo. Tendría que hablar con el encargado del local<br />

para que le explicara por qué habían programado aquella bazofia.<br />

Tanteó el manillar de la puerta y se preguntó cuándo volvería su madre<br />

a casa. Últimamente salía casi todas las noches. Pero Ignatius, de momento,<br />

tenía otras cosas en la cabeza. Al abrir su escritorio, examinó una colección de<br />

artículos que había escrito en cierta ocasión pensando en el mercado revisteril.<br />

Para los diarios de opinión, había «Boecios <strong>com</strong>entado» y «En defensa de<br />

Rosvita: A quienes dicen que no existió». Para las revistas del hogar, había<br />

escrito «La muerte de Rex» y «Los niños, la esperanza del mundo». Para<br />

copar el mercado de los suplementos dominicales, había hecho «El reto de la<br />

seguridad acuática», «El peligro de los automóviles de ocho cilindros»,<br />

«Abstinencia, el método más seguro para controlar la natalidad» y «Nueva<br />

Orleans, una ciudad culta y romántica». Mientras examinaba los viejos<br />

manuscritos, se preguntó por qué no habría enviado ninguno, siendo <strong>com</strong>o<br />

eran, todos y cada uno, excelentes en su propio estilo.

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