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debajo de la mesa de la cocina.<br />

—Es que los llevo apretujados en estos zapatitos. Tendrías que ver<br />

cómo son cuando me descalzo.<br />

—Yo tengo pies vagos —dijo la señora Reilly.<br />

Santa hizo una señal a la señora Reilly indicándole que no hablase de<br />

sus defectos, pero a la señora Reilly no era posible silenciarla.<br />

—Hay días que casi no puedo andar —continuó—. Creo que los tengo<br />

así desde que Ignatius era pequeño y le llevaba en brazos. Cuánto tardó en<br />

andar ese chico, Dios santo. Y siempre cayéndose. Y cómo pesaba, además.<br />

Puede que fuera entonces cuando cogí mi arturitis.<br />

—Óiganme los dos —dijo Santa rápidamente, para que la señora Reilly<br />

no describiese algún horrible nuevo defecto—. ¿Por qué no nos vamos a ver<br />

esa película tan bonita de Debbie Reynolds?<br />

—Estaría muy bien —dijo el señor Robichaux—. Yo nunca voy al<br />

cinematógrafo.<br />

—¿Queréis ir al cine? —preguntó la señora Reilly—. Yo no sé. Mis<br />

pies...<br />

—Oh, vamos, chica. Salgamos de casa. Aquí huele a ajo.<br />

—Creo que Ignatius me dijo que esa película no era buena. El las ve<br />

todas, qué chico.<br />

—¡Irene! —dijo Santa furiosa—. Siempre estás pensando en ese chico,<br />

con todos los problemas que te crea. A ver si despiertas de una vez, mujer. Si<br />

tuvieras sentido, ya le habrían encerrado en el Hospital de Caridad hace<br />

mucho. Allí le aplicarían la manguera. Y le pondrían corrientes eléctricas. Ya<br />

verías entonces cómo aprendía. Le enseñarían a <strong>com</strong>portarse.<br />

—¿Sí? —preguntó interesada la señora Reilly—. ¿Cuánto cuesta eso?<br />

—Allí es todo gratis, mujer.<br />

—Medicina socializada —<strong>com</strong>entó el señor Robichaux—. Lo más<br />

seguro es que en ese sitio estén trabajando <strong>com</strong>unistas y <strong>com</strong>pañeros de viaje.<br />

—Tienen monjas dirigiendo aquello, Claude. Señor, Señor. ¿De dónde<br />

sacas tú eso de que hay <strong>com</strong>unistas en todas partes?<br />

—A lo mejor, a las hermanas las tienen engañadas —dijo el señor<br />

Robichaux.<br />

—Oh, qué espanto —dijo muy apenada la señora Reilly—. Pobres<br />

hermanitas, trabajando para una pandilla de <strong>com</strong>unistas:<br />

—A mí me da lo mismo quién dirija aquello —dijo Santa—. Es gratis y<br />

encierran a la gente. Y allí debería estar Ignatius.<br />

—En cuanto Ignatius empezase a hablar con ellos, puede que se<br />

enfadaran con él y le encerraran para siempre —dijo la señora Reilly, pero<br />

pensaba que ni siquiera esta alternativa era demasiado desagradable—. Quizá

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