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<strong>com</strong>o si se dispusiese a desmoronarse tal <strong>com</strong>o ya hiciera mucho tiempo atrás<br />

la verja de hierro. Cerca del árbol muerto, había un pequeño montículo de<br />

tierra y una cruz celta de contrachapado, también ladeada. El Plymouth 1946<br />

estaba aparcado en el patio delantero, el parachoques apretado contra el<br />

porche, las luces traseras bloqueando la acera de ladrillo. Pero, salvo por el<br />

coche y la gastaba cruz y el platanero momificado, el pequeño patio estaba<br />

<strong>com</strong>pletamente vacío. No había ningún matorral. No había yerbas. No<br />

cantaban pájaros.<br />

El patrullero Mancuso contempló el Plymouth y vio la profunda fisura<br />

del techo y del guardabarros, lleno de círculos cóncavos, que tenía una<br />

anchura de varios centímetros. En el trozo de cartón que había colocado<br />

tapando el agujero de lo que había sido la ventanilla trasera había la siguiente<br />

inscripción: JUDIAS ESTOFADAS VAN CAMP'S. Al parar junto a la tumba,<br />

leyó lo que decía la borrosa inscripción de la cruz: REX. Luego subió los<br />

gastados escalones de ladrillo y oyó, tras los postigos cerrados, un canto<br />

atronador:<br />

Las chicas grandes no lloran.<br />

Las chicas grandes no lloran.<br />

Las chicas grandes no lloran, no. No lloran.<br />

Las chicas grandes no lloran... no.<br />

Mientras esperaba que alguien contestara a su llamada, leyó la borrosa<br />

pegatina del cristal de la puerta: «Un fallo del labio puede hundir un barco.»<br />

Debajo, la fotografía de un miembro del cuerpo auxiliar femenino de la<br />

marina, con un dedo que había adquirido un tono tostado en los labios.<br />

En la misma manzana, más allá, la gente que había en los porches le<br />

miraba y miraba la moto. Las persianas del otro lado de la calle que subían y<br />

bajaban lentamente para lograr el enfoque adecuado, indicaban que tenía<br />

también un considerable público invisible, ya que una moto de la policía allí<br />

era un acontecimiento, en especial con un motorista de pantalones cortos y<br />

barba roja. La gente de aquella calle era pobre, desde luego, pero honrada.<br />

Sintiéndose de pronto cohibido, el patrullero Mancuso tocó otra vez el timbre<br />

y asumió lo que consideraba su posición erguida oficial. Ofreció a su público<br />

el perfil mediterráneo, pero el público sólo veía a un individuo pequeño y<br />

cetrino al que le colgaban los pantalones cortos grotescamente en la<br />

entrepierna, y cuyas piernas flacuchas parecían demasiado desnudas con<br />

aquellas ligas tan serias y aquellos calcetines de nylon que le colgaban cerca<br />

de los tobillos. El público se mostraba curioso, pero nada impresionado;<br />

algunos ni siquiera mostraban curiosidad, los pocos que suponían que<br />

semejante visión acabaría llegando un día u otro a aquella miniatura de casa.<br />

Las chicas grandes no lloran.

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