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holandesas, la señorita Trixie. El señor Levy siguió por el pasillo, pasó ante la<br />

peluca negra que colgaba encima de una caja, las zapatillas de tacón que<br />

estaban tiradas sobre un montón de periódicos. El único elemento<br />

rejuvenecedor que, al parecer, había conservado la señorita Trixie. era la<br />

dentadura; los dientes brillaban entre sus labios finos seccionando las pastas.<br />

—Te has vuelto muy silencioso de pronto —<strong>com</strong>entó la señora Levy—.<br />

¿Qué es esto, Gus? ¿Otra misión que terminó en fracaso?<br />

—Señorita Trixie —gritó el señor Levy en sus oídos—. ¿Escribió usted<br />

una carta a Mercancías Generales Abelman?<br />

—Ahora sí que has tocado fondo de veras —dijo la señora Levy—.<br />

Creo que el idealista te ha vuelto a engañar.<br />

—¡Señorita Trixie!<br />

—¿Qué? —dijo la señorita Trixie—. He de admitir que ustedes saben<br />

cómo debe jubilarse a una persona.<br />

El señor Levy le entregó la carta. Ella cogió una lupa del suelo y la<br />

examinó. La visera verde daba a su rostro un color mortecino, sobre las migas<br />

de pastas holandesas que bordeaban sus finos labios. Cuando posó el cristal de<br />

aumento, jadeó feliz:<br />

—Así que están metidos en un lío, ¿eh?<br />

—Pero, dígame, ¿escribió usted esto a Abelman? El señor Reilly dice<br />

que lo hizo usted.<br />

—¿Quién?<br />

—El señor Reilly. Ese hombre grandote de la gorra verde que trabajaba<br />

en Levy Pants —el señor Levy le enseñó a la señorita Trixie las fotografías del<br />

periódico de la mañana—. Mire, éste de aquí.<br />

La señorita Trixie aplicó la lupa al periódico y exclamó:<br />

—¡Ay, Dios mío! ¿Qué le ha pasado? Pobre Gloria; parece que se ha<br />

hecho daño de verdad. ¿Esto es el señor Reilly?<br />

—Sí. Supongo que le recuerda. El dice que usted escribió la carta.<br />

—¿Lo dijo? —Gloria Reilly no podía mentir. Gloria no. Gloria diría la<br />

verdad. Con Gloria había tenido siempre gran amistad. La señorita Trixie<br />

intentó nebulosamente recordar. Quizás hubiera escrito aquella carta. Pasaban<br />

tantas cosas que no podía recordar ya—. Bueno, creo que la escribí. Sí. Ahora<br />

que usted lo dice, eso lo escribí yo. Ustedes se lo merecen, además. Me han<br />

vuelto loca estos últimos años. Sin jubilación. Sin jamón. Nada. Debo decir<br />

que espero que lo pierdan todo.<br />

—¿Escribió usted esto? —preguntó la señora Levy—. Después de todo<br />

lo que hice por usted, escribir algo así... ¡Una víbora en nuestro propio seno!<br />

Ya puede usted decir adiós a Levy Pants, traidora. ¡Abandonada, quedará<br />

usted abandonada!

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