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de la abstinencia, al menos de momento, y se puso a empujar lentamente el<br />

carrito calle abajo, gritando de nuevo:<br />

—¡Salchichas!<br />

George, que vagaba por Carondelet con unos cuantos paquetes<br />

envueltos en papel marrón bajo el brazo, oyó el grito y se acercó al<br />

gargantuesco vendedor.<br />

—Eh, tú, espera. Dame uno.<br />

Ignatius miró con dureza al jovencito que se había colocado delante del<br />

carro. Su válvula protestaba contra los granos, la cara hosca que parecía colgar<br />

del pelo largo y convenientemente aceitoso, el cigarrillo colocado en la oreja,<br />

la chaqueta color aguamarina, las botas elegantes, los pantalones estrechos que<br />

abultaban ofensivamente en la entrepierna, violando todas las normas de la<br />

geometría y la teología.<br />

—Lo siento —masculló—. Sólo me quedan unas cuantas salchichas y<br />

tengo que reservarlas. Quítese de mi camino, por favor.<br />

—¿Reservarlas? ¿Para quién?<br />

—Eso no es asunto suyo, jovencito. ¿Por qué no está usted en la<br />

escuela? Haga el favor de dejar de molestarme. Además, no tengo cambio.<br />

—Yo tengo suelto —silbaron aquellos labios blancos y delgados.<br />

—No puedo venderle a usted un bocadillo, caballero, ¿está claro?<br />

—¿Pero qué te pasa a ti, hombre?<br />

—¿Qué me pasa a mí? ¡Qué le pasa a usted\ ¿Cómo es usted tan<br />

antinatural que desea un bocadillo a esta hora tan temprana de la tarde? Mi<br />

conciencia no me permite vendérselo. Piense en su cutis repugnante. Está<br />

usted en pleno desarrollo y su organismo necesita un buen suministro de<br />

verduras y zumo de naranja y pan integral y espinacas y cosas así. Yo, por mi<br />

parte, no estoy dispuesto a contribuir a la corrupción de un menor.<br />

—¿Pero de qué habla usted? Déme ese bocadillo, venga. Tengo hambre.<br />

No he <strong>com</strong>ido.<br />

—¡No! —gritó Ignatius, tan furioso que los transeúntes miraron—.<br />

Largúese de aquí antes de que le atrepelle con mi carro.<br />

George abrió la trampilla del <strong>com</strong>partimento de los panecillos y dijo:<br />

—Oiga, tiene aquí material de sobra. Prepáreme uno.<br />

—¡Socorro! —gritó Ignatius, recordando de pronto las advertencias del<br />

viejo sobre los ladrones—. ¡Quieren robarme los panecillos! ¡Policía!<br />

Ignatius echó hacia atrás el carrito y lo lanzó luego contra la entrepierna<br />

de George.<br />

—¡Ay! Cuidado con lo que haces, loco.<br />

—¡Socorro! ¡Ladrones!<br />

—Cállate, por amor de Dios —dijo George, cerrando la tapa de golpe—

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