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Ve a ver si se ha ido al cine.<br />

Ignatius se puso el abrigo y corrió por el pasillo hasta la puerta principal<br />

en el momento en que ellos abrían la de la cocina. Bajó las escaleras y vio el<br />

Rambler blanco del patrullero Mancuso aparcado delante de la casa.<br />

Agachándose con gran esfuerzo, Ignatius metió el dedo en la válvula de uno<br />

de los neumáticos, hasta que cesó el silbido y la parte inferior del neumático<br />

se desparramó sobre el pavimento. Luego, bajó por la calleja, que tenía la<br />

anchura justa para permitirle pasar, hacia la parte trasera de la casa.<br />

Estaban encendidas las luces de la cocina, y por la ventana cerrada pudo<br />

oír la radio barata de su madre. Subió sin hacer ruido los escalones de la<br />

entrada trasera y atisbo por los grasientos cristales de la puerta. Su madre y el<br />

patrullero Mancuso estaban sentados a la mesa delante de una botella casi<br />

llena de Early Times. El patrullero parecía más derrotado que nunca, pero la<br />

señora Reilly taconeaba en el suelo y reía tímidamente por lo que veía en el<br />

centro de la habitación. Una mujer rechoncha de pelo canoso rizado bailaba<br />

sola, meneando sus pechos pendulares, encerrados en una blusa blanca de<br />

bolera. Los zapatos de jugador de bolos taconeaban enérgicamente,<br />

balanceando los columpiantes pechos y las caderas giratorias entre la mesa y<br />

la cocina.<br />

Así que aquélla era la tía del patrullero Mancuso. Sólo el patrullero<br />

Mancuso podía tener algo <strong>com</strong>o aquello por tía, masculló Ignatius para sí.<br />

—¡¡Viva!! —gritó alegremente la señora Reilly—. ¡Muy bien, Santa!<br />

—Mirad esto, chicos —gritó la mujer del pelo canoso, con el tono del<br />

arbitro de una velada de boxeo; y empezó a menearse encogiéndose más y<br />

más hasta rozar casi el suelo.<br />

—¡Santo cielo! —dijo Ignatius al viento.<br />

—Vas a abrir un agujero en el suelo, chica —dijo la señora Reilly entre<br />

carcajadas—. Vas a taladrar mi pobre suelo.<br />

—Será mejor que lo dejes ya, tía Santa —dijo malhumorado el<br />

patrullero Mancuso.<br />

—Qué demonios, ni hablar, no voy a dejarlo tan pronto. Acabo de<br />

empezar —contestó la mujer, incorporándose rítmicamente—. ¿Quién dice<br />

que las abuelas no pueden bailar?<br />

La mujer saltó en el suelo de linóleo extendiendo los brazos.<br />

—¡Señor! —dijo la señora Reilly entre carcajadas, ladeando la botella<br />

de whisky hacia su vaso—. Si Ignatius llegara a casa y viera esto...<br />

—¡Que se vaya a la mierda Ignatius!<br />

—¡Santa! —balbució la señora Reilly, conmovida, pero también, según<br />

Ignatius pudo percibir, levemente <strong>com</strong>placida.<br />

—Ya está bien —gritó la señorita Annie desde detrás de sus persianas.

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