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tiempo—. ¿Harlett O'Hara es esta cretina?<br />

La cacatúa advirtió su presencia antes que Darlene, pues sus ojillos se<br />

habían centrado en el aro de Ignatius desde que había salido a escena. Cuando<br />

Ignatius gritó, saltó del brazo de Darlene al escenario y, chillando y saltando,<br />

se lanzó a por la cabeza de Ignatius.<br />

—Oh —gritó Darlene—. Ese loco.<br />

Cuando Ignatius se disponía a salir del club, el pájaro saltó desde el<br />

escenario hasta su hombro. Hundió allí sui garras y luego asió el aro con el<br />

pico.<br />

—¡Dios del cielo! —Ignatius dio un salto y golpeó al pájaro con sus<br />

hormigueantes manos. ¿Qué amenaza aviar había interpuesto en su camino la<br />

ruin Fortuna? Las botellas de champán y los vasos cayeron al suelo<br />

rompiéndose con estrépito mientras él corría tambaleante hacia la puerta.<br />

—Vuelva aquí con mi cacatúa —gritó Darlene.<br />

Lana Lee estaba ahora también en el escenario, chillando. La banda<br />

había parado. Los escasos parroquianos se apartaban de Ignatius, que se<br />

tambaleaba entre las mesas lanzando gritos ratoniles y golpeando aquella masa<br />

de rosadas plumas que tenía soldada a la oreja y al hombro.<br />

—¿Cómo demonios consiguió entrar aquí ese individuo? —preguntaba<br />

Lana Lee a los confusos septuagenarios del público—. ¿Dónde está Jones?<br />

Que alguien me localice a ese Jones.<br />

—Ven aquí, loco —gritaba Darlene—. ¡La noche del estreno! ¿Por qué<br />

tenía que venir la noche del estreno?<br />

—Dios santo —jadeaba Ignatius, buscando la puerta; había dejado en su<br />

huida una estela de mesas volcadas—. ¿Cómo se atreven ustedes a lanzar a un<br />

pájaro rabioso entre sus desprevenidos clientes? Por la mañana serán ustedes<br />

demandados, pueden estar seguros de ello.<br />

—¡Vamos! Me debe usted veinticuatro dólares. Y me los va a pagar<br />

ahora mismito.<br />

Ignatius derribó otra mesa, mientras seguía su avance con la cacatúa.<br />

Luego sintió que perdía el aro, y la cacatúa, con el aro firmemente asido con el<br />

pico, se apartó de su hombro. Aterrorizado, Ignatius salió de un salto por la<br />

puerta, seguido de la mujer hispana que blandía la cuenta con mucha decisión.<br />

—¡Buáaa! ¡Eh! —Ignatius pasó renqueante ante Jones, que nunca había<br />

supuesto que el sabotaje llegase a adquirir proporciones tan espectaculares.<br />

Jadeando, apretándose la taponada válvula, Ignatius continuó por la calle<br />

interponiéndose en el camino de un autobús Desire. Primero oyó gritar a la<br />

gente de la acera. Luego oyó un rechinar de neumáticos y un gemir de trenos.<br />

Y cuando alzó la vista, quedó cegado por unos faros que brillaban a unos<br />

centímetros sólo de sus ojos. Los faros bailaron y desaparecieron de su campo

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