Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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el camino, avanzó a toda velocidad por el pasadizo hasta el portal festoneado <strong>de</strong> mármol<br />
que había visto antes, y bajó por la blanca escalera.<br />
El nicho habitual en el recodo <strong>de</strong> la escalera sólo tenía tres compartimientos, cada uno<br />
<strong>de</strong> ellos con una puerta <strong>de</strong> marfil y herrajes <strong>de</strong> plata. En el <strong>de</strong>l centro entraba en aquel<br />
momento una rata con botas blancas, y un voluminoso manto blanco con capucha. Su<br />
mano <strong>de</strong>recha, enguantada también <strong>de</strong> blanco, sujetaba un bastón <strong>de</strong> marfil con un gran<br />
zafiro engastado en la empuñadura.<br />
Sin <strong>de</strong>tenerse un solo instante en su <strong>de</strong>scenso, el Ratonero se abalanzó hacia el nicho.<br />
Empujó a la rata vestida <strong>de</strong> blanco y cerró tras ellos la puerta <strong>de</strong> marfil.<br />
La víctima se recobró <strong>de</strong>l susto y, volviéndose y blandiendo su bastón, preguntó a<br />
través <strong>de</strong> la máscara engastada <strong>de</strong> diamante, en tono ofendido y ceceante:<br />
—¿Quién se atreve a moleztar tan rudamente al conzejero Grig <strong>de</strong>l Círculo Interno <strong>de</strong><br />
loz Trece? ¡Dezcreído!<br />
Mientras una parte <strong>de</strong>l cerebro <strong>de</strong>l Ratonero comprendía que aquélla era la rata blanca<br />
ceceante que había visto a bordo <strong>de</strong> la nave Calamar sobre el hombro <strong>de</strong> Hisvet, sus ojos<br />
le informaban <strong>de</strong> que en aquel compartimiento no había una caja para las heces, sino un<br />
retrete <strong>de</strong> plata elevado, a través <strong>de</strong>l cual llegaba el sonido y el olor <strong>de</strong> las aguas <strong>de</strong> un<br />
mar agitado. Debía <strong>de</strong> ser uno <strong>de</strong> los excusados con agua que Svivomilo había<br />
mencionado.<br />
El Ratonero bajó a Escalpelo, echó atrás la capucha <strong>de</strong> Grig, pasando la máscara por<br />
encima <strong>de</strong> la cabeza, hizo la zancadilla al farfullante consejero y le empujó la cabeza<br />
contra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>l retrete. Acto seguido cortó con Garra <strong>de</strong> Gato la blanca y<br />
peluda garganta <strong>de</strong> Grig casi <strong>de</strong> oreja a oreja. El borbotón <strong>de</strong> sangre fue a mezclarse con<br />
el agua que rugía abajo. En cuanto cesaron las convulsiones <strong>de</strong> su víctima, el Ratonero<br />
<strong>de</strong>spojó a Grig <strong>de</strong>l manto blanco y la capucha, poniendo mucho cuidado para no<br />
mancharlo <strong>de</strong> sangre.<br />
En aquel momento oyó el ruido <strong>de</strong> numerosas pisadas <strong>de</strong> botas que bajaban por la<br />
escalera. Actuando con una rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>moníaca, el Ratonero puso a Escalpelo, el bastón<br />
<strong>de</strong> marfil, la máscara, la capucha y el manto blancos tras el asiento <strong>de</strong>l excusado y, a<br />
continuación, levantó el cadáver, sentándolo en el mismo, y se agazapó sobre el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
plata, ante la puerta cerrada, manteniendo erecto el tronco <strong>de</strong> la rata muerta. Entonces<br />
oró en silencio y con gran sinceridad a Issek <strong>de</strong> la Jarra, el primer dios que pasó por su<br />
mente, aquel a quien Fafhrd sirvió en otro tiempo.<br />
Por encima <strong>de</strong> las puertas brillaron, ondulantes y ganchudas, las picas <strong>de</strong> hierro<br />
bruñido. <strong>Las</strong> dos puertas <strong>de</strong> los lados se abrieron con estrépito. Entonces, tras una pausa,<br />
durante la cual el Ratonero confió en que alguien hubiera mirado por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta<br />
central el tiempo suficiente para ver las botas blancas, sonaron unos golpes ligeros a los<br />
que siguió una voz que preguntaba en tono respetuoso:<br />
—Perdonad, Vuestra Nobleza, pero ¿habéis visto recientemente a una persona vestida<br />
<strong>de</strong> gris con manto y máscara <strong>de</strong> la piel más fina y armado con un estoque y una daga?<br />
El Ratonero procuró respon<strong>de</strong>r en un tono sosegado y dignamente benévolo.<br />
—No he visto nada, zeñor. Hace unaz treinta inzpiracionez he oído que alguien bajaba<br />
a toda priza la ezcalera.<br />
—Os estamos humil<strong>de</strong>mente agra<strong>de</strong>cidos, Vuestra Nobleza —replicó el interrogador, y<br />
las pisadas prosiguieron raudas hacia el quinto nivel.<br />
El Ratonero emitió un largo suspiro e interrumpió su plegaria. Entonces se puso a<br />
trabajar con ahínco, pues sabía que la tarea a realizar era consi<strong>de</strong>rable y, en parte,<br />
repulsiva. Limpió y envainó a Escalpelo y Garra <strong>de</strong> Gato, luego examinó el manto, la<br />
capucha y la máscara <strong>de</strong> su víctima, comprobó que apenas estaban manchados <strong>de</strong><br />
sangre y los <strong>de</strong>jó a un lado. Observó que el manto podía abrocharse por <strong>de</strong>lante con unos<br />
botones <strong>de</strong> marfil. Entonces <strong>de</strong>scalzó a Grig, cuyas altas botas eran <strong>de</strong>l ante más fino, y<br />
se las probó. A pesar <strong>de</strong> su flexibilidad, le sentaban muy mal, pues las suelas cubrían