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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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ventanas, parecían figuras <strong>de</strong> cera. Aunque evitaron al Ratonero, no parecieron verle, o<br />

quizá obe<strong>de</strong>cían a alguna disciplina inculcada a latigazos que les exigía mirar al frente.<br />

Con tanto silencio como ellos, que ni siquiera podían hacer el ruido <strong>de</strong> un pelo al caer,<br />

puesto que por la mañana el barbero les había <strong>de</strong>jado sin ninguno, el Ratonero se<br />

a<strong>de</strong>lantó y miró por la ranura en las cortinas <strong>de</strong> cuero.<br />

<strong>Las</strong> otras cuatro entradas a la cocina, incluso la <strong>de</strong> la galería, tenían también las<br />

cortinas corridas. En la sala gran<strong>de</strong> y calurosa sólo había dos ocupantes. La obesa<br />

Samanda, empapada en sudor bajo su vestido <strong>de</strong> seda negra y el erizado budín que<br />

formaba su peinado, calentaba en las llamas <strong>de</strong> las chimeneas las siete colas metálicas<br />

<strong>de</strong> su látigo <strong>de</strong> mango largo. Lo retiró un poco, observó el color rojo apagado <strong>de</strong> las colas<br />

y lo introdujo <strong>de</strong> nuevo. Pareció relamerse mientras sus ojos, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> bolsones <strong>de</strong><br />

grasa, miraban a Reetha, quien permanecía con los brazos a los lados y la cara alta, casi<br />

en el centro <strong>de</strong> la sala, sin más atavío que su collar <strong>de</strong> cuero negro. <strong>Las</strong> huellas <strong>de</strong> los<br />

últimos latigazos, aquellas líneas que parecían el dibujo <strong>de</strong> un diamante, aún se percibían<br />

débilmente en su espalda.<br />

—Ponte más recta, dulzura —le dijo Samanda en un tono parecido al mugido <strong>de</strong> una<br />

vaca—. ¿O estarías más cómoda con las muñecas atadas a una viga y los tobillos en la<br />

aldaba <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l sótano?<br />

Ahora el olor <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> fregar sucia era más intenso. El Ratonero miró a un lado, a<br />

través <strong>de</strong> la abertura en las cortinas, y vio un gran cubo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, lleno casi hasta el<br />

bor<strong>de</strong>, y una enorme fregona sumergida en el agua gris y jabonosa.<br />

Samanda volvió a inspeccionar las siete colas <strong>de</strong>l látigo. Tenían un color rojo brillante.<br />

—Ahora prepárate, cachorro mío —le dijo a la muchacha.<br />

El Ratonero traspuso sigilosamente la cortina, cogió la fregona por el mango grueso y<br />

astillado y corrió hacia Samanda, procurando ocultar la cara tras las tiras goteantes como<br />

una cabeza <strong>de</strong> Medusa, con la esperanza <strong>de</strong> que así la mujerona no pudiera i<strong>de</strong>ntificar a<br />

su atacante. Al mismo tiempo que las colas metálicas <strong>de</strong>l látigo al rojo vivo silbaban<br />

débilmente en el aire, el Ratonero alcanzó a Samanda en pleno rostro con la húmeda<br />

fregona y la hizo retroce<strong>de</strong>r una vara antes <strong>de</strong> que tropezara con un largo tenedor <strong>de</strong> asar<br />

y cayera hacia atrás sobre su trasero acolchado <strong>de</strong> grasa.<br />

Dejando la fregona sobre la cara <strong>de</strong> la gorda, con el mango en medio <strong>de</strong> su frente, el<br />

Ratonero giró sobre sus talones y, al mismo tiempo, reparó en un ojo amarillo y acuoso en<br />

la abertura <strong>de</strong> la cortina más próxima, así como el último <strong>de</strong>stello rojizo <strong>de</strong> las colas<br />

metálicas <strong>de</strong>l látigo antes <strong>de</strong> que se apagaran, a medio camino entre la chimenea y<br />

Reetha, quien seguía quieta y rígida, con los ojos cerrados y los músculos tensos, en<br />

espera <strong>de</strong>l golpe con las varillas al rojo vivo.<br />

El Ratonero la cogió <strong>de</strong>l brazo y ella gritó a causa <strong>de</strong> la sorpresa y la tensión<br />

acumulada, mas él hizo caso omiso <strong>de</strong> su reacción y la empujó hacia el umbral por don<strong>de</strong><br />

había entrado, pero se <strong>de</strong>tuvo en seco al oír el ruido <strong>de</strong> numerosas pisadas al otro lado.<br />

Entonces empujó a la muchacha hacia las otras dos entradas con cortinas <strong>de</strong> cuero y en<br />

cuyas aberturas no se veía ningún ojo. El ruido <strong>de</strong> pisadas se intensificó. El Ratonero<br />

regresó corriendo al centro <strong>de</strong> la sala, sujetando con firmeza a Reetha.<br />

Samanda, que seguía tendida boca arriba, se había librado <strong>de</strong> la fregona y se<br />

restregaba frenéticamente los ojos con sus gruesos <strong>de</strong>dos, chillando a causa <strong>de</strong>l escozor<br />

y la ira.<br />

Al ojo amarillo y acuoso se le unió su pareja, y Glipkerio entró hecho una furia, con la<br />

guirnalda <strong>de</strong> narcisos la<strong>de</strong>ada, la toga on<strong>de</strong>ando y a cada lado un guardián que apuntaba<br />

al Ratonero con la brillante hoja <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> una pica, mientras <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él se reunían<br />

más guardianes. Otros, con las picas preparadas, llenaban las tres entradas restantes e<br />

incluso aparecían en la galería.<br />

Señalando al aventurero con sus <strong>de</strong>dos largos y blancos, Glipkerio dijo entre dientes:

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