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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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surtiera el mismo efecto en la forma agazapada y con el inevitable resultado presente.<br />

Desenvainó a Vara Gris y se volvió hacia la luna gibosa que acababa <strong>de</strong> levantarse.<br />

Entonces, muy débilmente, empezó a oír el apagado y rítmico tamborileo <strong>de</strong> los cascos<br />

sobre la grava. Sus perseguidores se acercaban.<br />

Al mismo tiempo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras profundas don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse el gigante,<br />

oyó que el Ratonero Gris le gritaba con voz ronca:<br />

—¡Por aquí, Fafhrd! Hacia la luz azul. Conduce tu montura.<br />

¡Vamos, rápido!<br />

Sonriente, aunque se le había erizado el pelo <strong>de</strong> la nuca, Fafhrd miró hacia el sur y vio<br />

un resplandor azulado, como una ventana pequeña, redon<strong>de</strong>ada en la parte superior, que<br />

emitía una luminosidad azul en la negrura <strong>de</strong> la marisma. Bajó por el sen<strong>de</strong>ro, llevando a<br />

la yegua <strong>de</strong> la rienda y <strong>de</strong>sviándose hacia el sur, y se encontró al pie <strong>de</strong> una pequeña<br />

elevación. Avanzó ansioso en la oscuridad, hundiendo los tacones en el barro e<br />

inclinándose hacia a<strong>de</strong>lante mientras tiraba <strong>de</strong> su exhausta montura. Ahora la ventana<br />

azul parecía estar a poca altura por encima <strong>de</strong> su cabeza. El tamborileo proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l<br />

este era más intenso.<br />

—¡Muévete, perezoso! —oyó que le gritaba el Ratonero con la misma voz ronca.<br />

El tipejo gris <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haberse resfriado a causa <strong>de</strong> la humedad <strong>de</strong> la marisma o, ¡no lo<br />

quisiera el <strong>de</strong>stino!, una fiebre <strong>de</strong>bida a las miasmas.<br />

—Ata tu montura al espino —siguió gruñendo el Ratonero—. Allí hay follaje para ella y<br />

un charco <strong>de</strong> agua. Luego ven aquí. ¡Venga, rápido!<br />

Fafhrd obe<strong>de</strong>ció sin <strong>de</strong>cir palabra ni <strong>de</strong>sperdiciar un solo movimiento, pues el ruido <strong>de</strong><br />

los cascos era mucho más intenso.<br />

Dio un salto, sujetándose en la parte inferior <strong>de</strong> la ventana y alzó a pulso. Entonces el<br />

resplandor azulado se extinguió.<br />

Fafhrd penetró en el oscuro recinto, cuyo suelo estaba cubierto con una alfombra <strong>de</strong><br />

juncos, y se volvió rápidamente, <strong>de</strong> modo que quedó mirando hacia el lugar por don<strong>de</strong><br />

había entrado.<br />

La yegua mingola era invisible en la oscuridad exterior. El tramo más elevado <strong>de</strong>l<br />

sen<strong>de</strong>ro brillaba débilmente a la luz <strong>de</strong> la luna. Entonces, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong><br />

arbustos espinosos, aparecieron los tres jinetes negros, los doce cascos <strong>de</strong> sus monturas<br />

ahora estruendosos. Fafhrd creyó distinguir un diabólico resplandor fosforescente que<br />

ro<strong>de</strong>aba las fosas nasales y los ojos <strong>de</strong> los altos caballeros negros, y pudo discernir con<br />

vaguedad las capuchas y los mantos negros <strong>de</strong> los jinetes, ropajes que hacía on<strong>de</strong>ar el<br />

viento levantado por su velocidad. Sin <strong>de</strong>tenerse, pasaron por el lugar don<strong>de</strong> el norteño se<br />

había <strong>de</strong>sviado <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro y <strong>de</strong>saparecieron tras otro grupo <strong>de</strong> espinos, al oeste. Fafhrd<br />

soltó un suspiro que había retenido durante largo tiempo.<br />

—Ahora apártate <strong>de</strong> la puerta y sujétate bien —le dijo por encima <strong>de</strong> su hombro una<br />

voz rasposa que no era la <strong>de</strong>l Ratonero—. Tengo que pilotar este trasto.<br />

El vello en la nuca <strong>de</strong> Fafhrd, que había vuelto a la normalidad, se le erizó <strong>de</strong> nuevo.<br />

Más <strong>de</strong> una vez había oído la voz <strong>de</strong> Sheelba <strong>de</strong>l Rostro sin Ojos, aunque nunca había<br />

visto su cabaña fabulosa ni, por supuesto, había entrado en ella. Rápidamente se hizo a<br />

un lado, apoyándose en la pared. Algo suave, redondo y frío le tocó la nuca. Pensó que<br />

<strong>de</strong>bía tratarse <strong>de</strong> una calavera colgada <strong>de</strong>l muro.<br />

Una figura negra se arrastró y ocupó el espacio que él acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar libre.<br />

Vagamente silueteada en la abertura <strong>de</strong> la puerta, su perfil iluminado por la luna, llevaba<br />

una capucha negra. —¿Dón<strong>de</strong> está el Ratonero? —preguntó Fafhrd con ansiedad. La<br />

cabaña se agitó con violencia. Fafhrd palpó a su alre<strong>de</strong>dor, en busca <strong>de</strong> un asi<strong>de</strong>ro, y por<br />

fortuna encontró dos postes <strong>de</strong> sujeción en la pared.<br />

—Tiene problemas, graves problemas —se limitó a <strong>de</strong>cir Sheelba—. He imitado su voz<br />

para hacerte reaccionar con rapi<strong>de</strong>z. En cuanto hayas cumplido con la tarea que te ha<br />

impuesto Ningauble, sea cual fuere, <strong>de</strong>bes ir al instante en su ayuda.

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