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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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ajedrez o cualquier otra cosa que tuvieran a mano. Pero a menudo transcurría algún<br />

tiempo antes <strong>de</strong> que reparasen en las ratas, tan serenas y a sus anchas parecían.<br />

Algunas trotaban tranquilamente entre los tobillos y las amplias togas negras <strong>de</strong> las<br />

multitu<strong>de</strong>s en las calles enlosadas o adoquinadas, como perros enanos domésticos, y<br />

causaban violentos torbellinos humanos cuando las reconocían. Cinco <strong>de</strong> ellas<br />

permanecieron, como frascos negros con ojos brillantes, en un estante alto <strong>de</strong> la tienda<br />

<strong>de</strong>l comerciante más rico <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>, hasta que las <strong>de</strong>scubrieron y bombar<strong>de</strong>aron<br />

histéricamente con raíces aromáticas, pesadas nueces <strong>de</strong> Hrusp e incluso tarros <strong>de</strong><br />

caviar, ante lo cual las ratas <strong>de</strong>saparecieron tranquilamente por un orificio <strong>de</strong> bor<strong>de</strong><br />

astillado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l estante, que no estaba allí el día anterior. Entre las esculturas <strong>de</strong><br />

mármol negro alineadas en las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Templo <strong>de</strong> las Bestias, otra docena <strong>de</strong> ratas<br />

posaron sobre dos patas como si fueran tallas hasta que llegó el punto culminante <strong>de</strong>l<br />

ritual, y entonces emitieron unos gritos que parecían notas <strong>de</strong> pífanos y empezaron a<br />

<strong>de</strong>sfilar lentamente entre las hornacinas. Tres <strong>de</strong> ellas se acurrucaron en el bordillo, al<br />

lado <strong>de</strong>l mendigo ciego Naph, y las confundieron con su zurrón renegrido, hasta que un<br />

ladrón intentó robarlo. Otra reposó en el cojín enjoyado <strong>de</strong>l negro tití <strong>de</strong> Elakeria, sobrina<br />

<strong>de</strong>l Señor Supremo y gran <strong>de</strong>voradora <strong>de</strong> amantes, hasta que la mujer extendió<br />

distraídamente la mano para acariciar a la bestezuela, y sus <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> uñas doradas no<br />

encontraron un pelaje aterciopelado, sino unas cerdas cortas y erizadas.<br />

A veces, durante inundaciones y epi<strong>de</strong>mias <strong>de</strong> la temible enfermedad negra, las ratas<br />

habían invadido las calles y casas <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>, pero siempre se las había visto correr,<br />

escabullirse y titubear en las esquinas, nunca moverse <strong>de</strong> un modo tan <strong>de</strong>safiante e<br />

impúdico.<br />

Su comportamiento hacía que los ancianos, los cronistas y los eruditos barbudos y<br />

bizqueantes recordaran temerosos las fábulas <strong>de</strong>l remoto pasado, según las cuales don<strong>de</strong><br />

ahora se levantaba la imperial ciudad <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong> hubo muchos siglos atrás una ciudad<br />

<strong>de</strong> ratas tan gran<strong>de</strong>s como seres humanos, que las ratas tuvieron en otro tiempo un<br />

lenguaje y un gobierno propios y que su imperio se extendía hasta los límites <strong>de</strong>l mundo<br />

<strong>de</strong>sconocido, coexistente con muchas ciuda<strong>de</strong>s humanas pero más unido, y que <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> las bien cimentadas piedras <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>, muy por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus madrigueras<br />

habituales y <strong>de</strong> cualquier habitación humana, existía una metrópoli <strong>de</strong> roedores, <strong>de</strong> techo<br />

bajo, con calles, hogares, luces propias y graneros repletos <strong>de</strong> grano robado.<br />

Ahora parecía como si las ratas no sólo poseyeran esa legendaria <strong>Lankhmar</strong> roedora<br />

submetropolitana, sino también la <strong>Lankhmar</strong> por encima <strong>de</strong>l suelo, a juzgar por la<br />

arrogancia con que se exhibían y <strong>de</strong>ambulaban.<br />

Los marineros <strong>de</strong> la Calamar, dispuestos a <strong>de</strong>slumbrar a los parroquianos <strong>de</strong> las<br />

tabernas con sus relatos <strong>de</strong>l terrible ataque <strong>de</strong> las ratas sufrido por su nave, <strong>de</strong>scubrieron<br />

que los habitantes <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong> sólo se interesaban en su propia plaga <strong>de</strong> ratas, y<br />

estaban <strong>de</strong>cepcionados y temerosos. Algunos buscaron refugio en la Calamar, cuyas<br />

<strong>de</strong>fensas habían sido reparadas, y Slinoor y la gatita negra paseaban preocupados bajo la<br />

toldilla.<br />

8<br />

Glipkerio Kistomerces or<strong>de</strong>nó que encendieran velas cuando el resplandor <strong>de</strong>l sol<br />

poniente todavía iluminaba su elevado salón <strong>de</strong> banquetes, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l mar. No obstante,<br />

el espigado monarca parecía muy alegre mientras aseguraba jovialmente a sus serios y<br />

nerviosos consejeros que tenía un arma secreta para eliminar a las ratas en el punto más<br />

alto <strong>de</strong> su invasión insolente, y que <strong>Lankhmar</strong> se libraría <strong>de</strong> ellas bastante antes <strong>de</strong> la<br />

próxima luna llena. Se burló <strong>de</strong> su capitán general, Olegnya Matamingoles, un hombre <strong>de</strong><br />

rostro surcado <strong>de</strong> arrugas que quería llamar a las tropas acuarteladas en las poblaciones

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