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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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Como si estas palabras se le hubieran clavado en la espalda, Glipkerio dio media<br />

vuelta y replicó con cierta energía:<br />

—¡Voy a ocuparme <strong>de</strong> asuntos <strong>de</strong> la mayor importancia! Tengo más armas secretas<br />

que la tuya, anciano..., ¡y también otros hechiceros!<br />

Dicho esto, se envolvió en su toga negra y partió a gran<strong>de</strong>s zancadas.<br />

Hisvin ahuecó las manos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> sus labios arrugados y le gritó en tono zalamero:<br />

—¡Confío en que tu asunto se retuerza <strong>de</strong>liciosamente y chille <strong>de</strong>l modo más relajante,<br />

valiente Señor Supremo!<br />

El Ratonero Gris mostró su anillo <strong>de</strong> correo a los guardianes en la entrada <strong>de</strong>l palacio<br />

por la parte <strong>de</strong> tierra, ante la puerta en el muro <strong>de</strong> losetas opalescentes. Había temido que<br />

el anillo no le sirviera <strong>de</strong> nada, pues Hisvin muy bien podría haber puesto en su contra al<br />

bobo <strong>de</strong> Glip durante los dos últimos días. En cualquier caso, los guardianes le miraron <strong>de</strong><br />

soslayo y le hicieron esperar lo suficiente para que el menudo aventurero experimentara a<br />

fondo su resaca y se jurase que nunca volvería a beber tanto y con tales mezclas <strong>de</strong><br />

licores. También se maravilló <strong>de</strong> su estupi<strong>de</strong>z y su buena suerte la noche anterior, cuando<br />

se aventuró a través <strong>de</strong> las calles más oscuras infestadas <strong>de</strong> ratas y regresó<br />

tambaleándose, completamente borracho, a casa <strong>de</strong> Nattick, sin caer en otra emboscada<br />

<strong>de</strong> las ratas. Por fin encontró el frasco <strong>de</strong> Sheelba en casa <strong>de</strong> Nattick, resistió el impulso<br />

<strong>de</strong> beber su contenido mientras estaba achispado y recibió aquella nota alentadora y<br />

excitante <strong>de</strong> Hisvet. En cuanto hubiera concluido el asunto que le había llevado allí, iría<br />

directamente a casa <strong>de</strong> Hisvin y...<br />

Un guardián regresó <strong>de</strong> alguna parte y asintió ásperamente, franqueándole la entrada.<br />

El sarcástico tercer mayordomo, que era un viejo camarada <strong>de</strong> chismorreo <strong>de</strong>l<br />

Ratonero, le informó que el Señor Supremo <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong> estaba reunido con su Consejo<br />

<strong>de</strong> Emergencia, <strong>de</strong>l que ahora formaba parte Hisvin. El Ratonero resistió el potente<br />

impulso <strong>de</strong> exhibir su magia sheelbiana contra las ratas ante los notables <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong> y<br />

en presencia <strong>de</strong> su rival, el hechicero más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la ciudad, aunque acarició<br />

confiadamente el frasco negro que guardaba en su bolsa. Al fin y al cabo necesitaba que<br />

las ratas se hubieran reunido previamente en un lugar para que el hechizo surtiera efecto,<br />

y era preciso, sobre todo, que Glipkerio estuviera a solas para que surtiese efecto en él.<br />

Así pues, avanzó por los laberínticos corredores <strong>de</strong>l palacio para pasar una hora<br />

escuchando o charlando, según se presentara la oportunidad.<br />

Como solía ocurrirle cuando mataba el tiempo, el Ratonero pronto se encaminó hacia la<br />

cocina. Aunque <strong>de</strong>testaba a Samanda con todas sus fuerzas, se había propuesto<br />

astutamente cortejarla, pues conocía el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> aquella oronda dama y le gustaban sus<br />

setas rellenas y su vino con especias.<br />

Los corredores por los que pasaba ahora, <strong>de</strong> losetas sin ningún diseño pero<br />

impecables, estaban <strong>de</strong>siertos. Era ese momento <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en que la comida ya se ha<br />

digerido y la cena aún no ha dado comienzo, y todo sirviente fatigado que pue<strong>de</strong><br />

permitírselo se <strong>de</strong>ja caer en un jergón o se tien<strong>de</strong> en el suelo. Por otro lado, la amenaza<br />

<strong>de</strong> las ratas, sin duda, influía tanto en los criados como en su amo, los cuales preferían<br />

abstenerse <strong>de</strong> paseos. Una vez creyó oír un ligero crujido <strong>de</strong> pisadas a su espalda, pero<br />

se disipó cuando volvió la cabeza y no vio a nadie. Cuando empezaron a llegarle los<br />

olores que se <strong>de</strong>sprendían <strong>de</strong> la comida, el fuego, las cacerolas, el jabón y el agua<br />

usados para fregar los platos y el suelo, el silencio casi había llegado a parecer<br />

sobrenatural. Entonces, en algún lugar, una campana repicó rápidamente tres veces y la<br />

áspera voz <strong>de</strong> Samanda rugió <strong>de</strong> improviso: «¡Fuera <strong>de</strong> aquí!». El Ratonero retrocedió a<br />

su pesar. Unas cortinas <strong>de</strong> cuero se abrieron a pocos pasos <strong>de</strong> él y tres pinches <strong>de</strong> cocina<br />

y una sirvienta salieron silenciosamente al corredor, sin que sus pies produjeran el menor<br />

ruido a pesar <strong>de</strong> su apresuramiento. A la luz que se filtraba por las pequeñas y altas

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