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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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—¿Por qué no hacer que un millar <strong>de</strong> pajes memoricen el mortífero encantamiento <strong>de</strong><br />

Hisvin y lo griten <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las bocas <strong>de</strong> sus madrigueras? —sugirió el Ratonero —. Como<br />

las ratas viven bajo tierra, no sabrán que las estrellas no están en el lugar a<strong>de</strong>cuado.<br />

—Pero es necesario que las bestezuelas vean los movimientos <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Hisvin.<br />

No entien<strong>de</strong>s tales refinamientos, Ratonero. Ya has entregado la misiva <strong>de</strong> Movarl. Ahora<br />

déjanos.<br />

»Pero ten en cuenta esto —añadió, haciendo on<strong>de</strong>ar su toga, los ojos <strong>de</strong> iris amarillos<br />

como monedas <strong>de</strong> oro en su estrecha cabeza—. Te he perdonado una vez tus retrasos,<br />

hombrecillo gris, tus fantasías <strong>de</strong> dragones y tus dudas sobre los po<strong>de</strong>res mágicos <strong>de</strong><br />

Hisvin, pero no te perdonaré una segunda vez. No vuelvas a mencionar jamás tales<br />

asuntos.<br />

El Ratonero saludó con una reverencia y se dispuso a salir. Al pasar por el lado <strong>de</strong> la<br />

escultural sirvienta con la espalda llena <strong>de</strong> cicatrices, le susurró:<br />

—¿Cómo te llamas?<br />

—Reetha —respondió ella en voz baja.<br />

Hisvet se acercó para servirse caviar con un tenedor <strong>de</strong> plata. Reetha se arrodilló<br />

automáticamente.<br />

—Delicias oscuras —murmuró la hija <strong>de</strong> Hisvin, y <strong>de</strong>slizó los diminutos y negros<br />

huevos <strong>de</strong> pescado entre el labio superior y la lengua rosa y azul.<br />

Cuando el Ratonero se hubo marchado, Glipkerio se inclinó ante Hisvin y le dijo al oído:<br />

—Voy a hacerte una confi<strong>de</strong>ncia. A veces las ratas incluso me ponen..., en fin,<br />

nervioso.<br />

—Son unas bestias temibles —convino sombríamente Hisvin—, e intimidarían incluso a<br />

los dioses.<br />

Fafhrd cabalgó hacia el sur, por el camino empedrado que enlazaba Klelg Nar con<br />

Sarheenmar y discurría entre escarpadas montañas rocosas y el Mar Interior. El negro<br />

oleaje rompía fragorósamente a pocas varas por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l camino, húmedo y<br />

resbaladizo a causa <strong>de</strong> la constante rociada. El cielo estaba encapotado, con unas nubes<br />

oscuras y bajas que no parecían tanto vapor <strong>de</strong> agua como el humo <strong>de</strong> volcanes o<br />

ciuda<strong>de</strong>s incendiadas.<br />

El norteño estaba más <strong>de</strong>lgado (sus últimas fatigas le habían hecho per<strong>de</strong>r peso), su<br />

semblante era torvo y tenía los ojos inyectados en sangre. El rostro y el cabello estaban<br />

cubiertos <strong>de</strong> polvo. Cabalgaba una yegua gris, alta, potente y magra, con los ojos, <strong>de</strong><br />

mirada amenazante, también inyectados en sangre; un animal que parecía tan maldito<br />

como el paisaje que les ro<strong>de</strong>aba.<br />

Fafhrd había hecho un trueque con los mingoles, dándoles su bayo a cambio <strong>de</strong><br />

aquella montura, y a pesar <strong>de</strong>l mal genio <strong>de</strong> la yegua salió ganando con el cambio, pues<br />

el bayo estaba herido <strong>de</strong> una lanzada recibida en el momento <strong>de</strong>l trueque. Cuando se<br />

aproximaba a Klelg Nar por la senda <strong>de</strong>l bosque, observó que tres enjutos mingoles se<br />

disponían a violar a unas esbeltas gemelas. Consiguió frustrar tan cruel y antiestética<br />

acción no dando tiempo a los mingoles para que usaran sus arcos, sino sólo la lanza,<br />

mientras que sus cortas y estrechas cimitarras no habían podido competir con Vara Gris.<br />

Cuando el último <strong>de</strong> los tres asaltantes mordió el polvo, escupiendo maldiciones y sangre,<br />

Fafhrd se volvió hacia las muchachas vestidas <strong>de</strong> igual manera y <strong>de</strong>scubrió que sólo<br />

había rescatado a una... Un mingol había cometido la vileza <strong>de</strong> <strong>de</strong>gollar a la otra antes <strong>de</strong><br />

dirigir su cimitarra contra Fafhrd. Entonces éste se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los caballos<br />

mingoles, que estaban atados a unos troncos, a pesar <strong>de</strong> sus malignas mor<strong>de</strong>duras y<br />

coces.<br />

La muchacha superviviente reveló, entre sus gritos, que su familia aún podría estar viva<br />

entre los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> Klelg Nar, por lo que Fafhrd la montó en el fuste <strong>de</strong> la silla,<br />

aunque ella se <strong>de</strong>batía y trataba <strong>de</strong> mor<strong>de</strong>rle. Cuando se tranquilizó un poco, la

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