Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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proximidad <strong>de</strong> sus miembros esbeltos, sus gran<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> lémur y su repetida<br />
afirmación, reforzada con horrendas maldiciones y una extraña jerga infantil, <strong>de</strong> que todos<br />
los hombres sin excepción son bestias peludas, cosa que <strong>de</strong>cía en tono <strong>de</strong> mofa, mirando<br />
el espeso vello <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> Fafhrd, todo ello excitó a Fafhrd, pero aunque sintió la<br />
tentación <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r al impulso erótico, se dominó en consi<strong>de</strong>ración a la edad <strong>de</strong> la<br />
muchacha (no parecía tener más <strong>de</strong> doce años, aunque era alta) y la tragedia que<br />
acababa <strong>de</strong> sufrir. Sin embargo, cuando la entregó a su no muy agra<strong>de</strong>cida y<br />
extrañamente suspicaz familia, ella replicó a su cortés promesa <strong>de</strong> que volvería al cabo <strong>de</strong><br />
uno o dos años arrugando su nariz chata, una mirada y un movimiento <strong>de</strong> hombros que<br />
rezumaban sarcasmo, <strong>de</strong>jando a Fafhrd un poco dubitativo sobre lo acertado <strong>de</strong> haberle<br />
ahorrado sus arrullos amorosos y también <strong>de</strong> haberla salvado en primer lugar. Sin<br />
embargo, había conseguido una montura <strong>de</strong> refresco y un buen arco min-gol con su<br />
aljaba <strong>de</strong> dardos.<br />
En Klelg Nar se luchaba encarnizadamente <strong>de</strong> casa en casa y <strong>de</strong> árbol en árbol,<br />
mientras las fogatas <strong>de</strong> los mingoles brillaban todas las noches formando un semicírculo<br />
hacia el este. Fafhrd se consternó al enterarse <strong>de</strong> que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía semanas no entraba<br />
ningún barco en el puerto <strong>de</strong> Klelg Nar, la mitad <strong>de</strong> cuyo perímetro estaba en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los<br />
mingoles. Éstos no habían incendiado la ciudad porque la ma<strong>de</strong>ra era una riqueza para<br />
los magros habitantes <strong>de</strong> las estepas sin árboles, y cuyos esclavos <strong>de</strong>smantelaban y<br />
arrancaban <strong>de</strong> sus cimientos las casas en cuanto las conquistaba, para trasladar sus<br />
preciosas ma<strong>de</strong>ras y hermosas tallas hacia el este, en carretas o, más a menudo,<br />
arrastrándolas con narrias.<br />
Así pues, a pesar <strong>de</strong>l rumor <strong>de</strong> que un ala <strong>de</strong> la horda mingola se había <strong>de</strong>splazado al<br />
sur, Fafhrd partió en esa dirección, a lomo <strong>de</strong> su irritable montura, algo domada con el<br />
látigo y pedazos <strong>de</strong> panal. Ahora, a juzgar por el humo que se <strong>de</strong>slizaba por encima <strong>de</strong>l<br />
camino, parecía que los mingoles no habían librado a Sarheenmar <strong>de</strong> las antorchas, como<br />
lo habían hecho con Klelg Nar. También empezó a parecer evi<strong>de</strong>nte que los mingoles<br />
habían tomado Sarheenmar, por los refugiados <strong>de</strong> mirada extraviada, <strong>de</strong>sesperados,<br />
harapientos y cubiertos <strong>de</strong> polvo que empezaron a llenar el camino en su huida hacia el<br />
norte, obligando a Fafhrd a <strong>de</strong>sviarse una y otra vez por las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las colinas, para<br />
evitar que les atropellaran los cascos <strong>de</strong> su yegua salvaje. Interrogó a algunos <strong>de</strong> los<br />
refugiados, pero el terror les hacía respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un modo incoherente, y balbuceaban con<br />
tanto <strong>de</strong>satino como si él tratara <strong>de</strong> hacerles salir <strong>de</strong> una pesadilla. El estado <strong>de</strong> aquellas<br />
pobres gentes no sorprendió <strong>de</strong>masiado a Fafhrd, pues conocía bien la inclinación <strong>de</strong> los<br />
mingoles por la tortura.<br />
Entonces una tropa <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada <strong>de</strong> caballería mingola llegó galopando en la misma<br />
dirección que seguían los que huían <strong>de</strong> Sarheenmar. Sus caballos estaban empapados<br />
<strong>de</strong> sudor, y sus rostros enjutos contorsionados por el terror. No parecieron ver a Fafhrd, ni<br />
mucho menos se les ocurrió atacarle, y si atropellaban a los refugiados que encontraban<br />
en su camino, más parecía que lo hacían a causa <strong>de</strong>l pánico que a propósito.<br />
Fafhrd siguió cabalgando, con el semblante sombrío y el ceño fruncido, todavía contra<br />
aquel farfullante torrente humano, preguntándose qué horror sobrecogía por igual a los<br />
mingoles y los habitantes <strong>de</strong> Sarheenmar.<br />
<strong>Las</strong> ratas negras seguían mostrándose en <strong>Lankhmar</strong> por el día: no robaban ni mordían,<br />
gritaban o se escabullían; simplemente se mostraban. Se asomaban a los <strong>de</strong>sagües y los<br />
agujeros recién abiertos por su actividad roedora, se sentaban en los alféizares <strong>de</strong> las<br />
ventanas, se agazapaban en los interiores <strong>de</strong> las casas con tanta calma y confianza como<br />
si fuesen gatos, y con la misma frecuencia, proporcionadamente, en los tocadores <strong>de</strong> las<br />
damas <strong>de</strong> alcurnia y en los chamizos <strong>de</strong> los pobres.<br />
Cada vez que la gente las veía, allegaban un grito, corrían y arrojaban contra los<br />
roedores recipientes negros, brazaletes cuajados <strong>de</strong> gemas, cuchillos, piedras, fichas <strong>de</strong>