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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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Eran unas cuarenta ratas gran<strong>de</strong>s que vestían togas negras y caminaban erguidas.<br />

Cuatro <strong>de</strong> ellas transportaban antorchas altas como lanzas, cuyos extremos ardían con<br />

brillantes llamas blancas y azuladas. Cada una <strong>de</strong> las otras llevaba algo que Fafhrd,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su posición elevada, no pudo discernir con claridad. ¿Sería quizá un pequeño<br />

bastón negro? Tres <strong>de</strong> estas últimas ratas eran blancas y todas las <strong>de</strong>más negras.<br />

Se hizo el silencio en la calle <strong>de</strong> los Dioses, como si, obe<strong>de</strong>ciendo a alguna señal<br />

secreta, los torturadores <strong>de</strong> los lankhmarianos hubieran cesado en sus persecuciones.<br />

<strong>Las</strong> ratas vestidas con togas negras gritaron agudamente al unísono:<br />

—¡Hemos matado a vuestros dioses, oh, lankhmarianos, y ahora nosotros, los<br />

sustituimos! Someteos a nuestros hermanos mundanos y no se os hará daño alguno.<br />

Obe<strong>de</strong>ced sus ór<strong>de</strong>nes. ¡Vuestros dioses han muerto, lankhmarianos! ¡Nosotros somos<br />

ahora vuestros dioses!<br />

Los humanos que se habían humillado siguieron haciéndolo y golpearon sus cabezas<br />

contra el suelo. Otros miembros <strong>de</strong> la multitud les imitaron.<br />

Fafhrd pensó por un instante en buscar algún objeto para arrojarlo contra aquella<br />

sombría hilera <strong>de</strong> negros roedores que habían hecho retroce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>spavoridos a los<br />

humanos, pero entonces se le ocurrió que si el Ratonero había sido reducido a una<br />

fracción <strong>de</strong> sí mismo y podía vivir muy por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l sótano más profundo, ¿qué podía<br />

eso significar sino que había sido transformado en una rata mediante una magia maligna,<br />

probablemente la <strong>de</strong> Hisvin? Si mataba a una rata, corría el riesgo <strong>de</strong> matar a su<br />

compañero.<br />

Decidió seguir al pie <strong>de</strong> la letra las instrucciones <strong>de</strong> Ningauble. Empezó a trepar al<br />

campanario, con gran<strong>de</strong>s extensiones y flexiones <strong>de</strong> sus largos brazos, así como<br />

encogimientos y estiramientos <strong>de</strong> sus piernas aún más largas.<br />

La gatita negra dobló una esquina <strong>de</strong>l mismo templo y miró fijamente la hórrida<br />

estampa <strong>de</strong> las ratas con togas negras. Sintió la tentación <strong>de</strong> huir, pero no movió un solo<br />

músculo, como un soldado que sabe que <strong>de</strong>be cumplir con su <strong>de</strong>ber, aunque haya<br />

olvidado o no conozca todavía la naturaleza <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>ber.<br />

15<br />

El nervioso Glipkerio estaba sentado en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su diván <strong>de</strong> oro en forma <strong>de</strong><br />

concha marina. El hacha ligera <strong>de</strong> combate yacía olvidada sobre el suelo azul, a su lado.<br />

Cogió una <strong>de</strong>licada vara <strong>de</strong> autoridad que estaba sobre una mesa baja, una entre varias<br />

docenas, con una estrella <strong>de</strong> mar <strong>de</strong> bronce en un extremo, e intentó entretenerse con<br />

ella, pero estaba <strong>de</strong>masiado nervioso y al cabo <strong>de</strong> unos instantes ésta se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong> sus<br />

manos y cayó tintineando sobre el suelo <strong>de</strong> losetas azules, a un par <strong>de</strong> metros <strong>de</strong><br />

distancia. Entrelazó sus <strong>de</strong>dos largos como varas y se balanceó, presa <strong>de</strong> agitación.<br />

La Cámara Azul <strong>de</strong> Audiencias estaba iluminada solamente por unas velas<br />

chisporroteantes que emitían un humo negro. <strong>Las</strong> cortinas centrales estaban levantadas,<br />

pero aquella duplicación <strong>de</strong> la longitud <strong>de</strong> la sala sólo incrementaba su atmósfera<br />

sombría. Más allá <strong>de</strong> las oscuras arcadas que conducían al porche, el gran huso gris que<br />

se balanceaba sobre el tobogán <strong>de</strong> cobre resplan<strong>de</strong>cía misteriosamente a la luz <strong>de</strong> la<br />

luna. Una estrecha escala <strong>de</strong> plata conducía a su cabina, que permanecía abierta.<br />

<strong>Las</strong> velas arrojaban sobre la pared interior, cubierta <strong>de</strong> losetas azules, varias sombras<br />

monstruosas <strong>de</strong> una figura bulbosa que parecía tener dos cabezas, una encima <strong>de</strong> la otra.<br />

Era la sombra <strong>de</strong> Samanda, que permanecía inmóvil, mirando fijamente a Glipkerio, como<br />

quien contempla a un lunático.<br />

Finalmente, Glipkerio, cuya propia mirada nunca <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> posarse en el suelo, sobre<br />

todo al pie <strong>de</strong> las cortinas azules que enmascaraban las puertas azules arqueadas,<br />

empezó a musitar, al principio en voz baja, pero cada vez más sonoramente:

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