Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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objetos <strong>de</strong> cuero habían sido cepillados, restregados y lubricados con grasa <strong>de</strong> vaca, y su<br />
blusa y capa <strong>de</strong> seda gris lavadas, secadas y pulcramente remendadas, cada costura y<br />
parche bien repasados y zurcidos. Mirando agra<strong>de</strong>cido hacia el techo, se vistió<br />
rápidamente, cogió una <strong>de</strong> las dos gran<strong>de</strong>s llaves aceitadas idénticas que colgaban <strong>de</strong> un<br />
gancho oculto en un lugar que él conocía, abrió la puerta, que giró sin producir ningún<br />
chirrido sobre sus goznes bien engrasados, salió a la calle y cerró la puerta tras él.<br />
Se quedó un momento inmóvil, envuelto en las sombras profundas. La luna plateaba<br />
imparcialmente los viejos muros <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> enfrente, sus manchas, las pequeñas<br />
ventanas bajas, herméticamente cerradas, las puertas con umbrales <strong>de</strong> piedra ahuecados<br />
por las pisadas <strong>de</strong> innumerables generaciones, los <strong>de</strong>sgastados adoquines, las rejillas <strong>de</strong><br />
los <strong>de</strong>sagües con bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> bronce y la basura diseminada. La calle estaba silenciosa y<br />
<strong>de</strong>sierta hasta don<strong>de</strong> se curvaba, perdiéndose <strong>de</strong> vista. El Ratonero pensó que aquél era<br />
el aspecto que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener la Ciudad <strong>de</strong> los Espectros por la noche, aunque allí había<br />
esqueletos que se <strong>de</strong>slizaban con sus pies marfileños sin emitir ningún crujir <strong>de</strong> huesos.<br />
Moviéndose como un felino, salió <strong>de</strong> las sombras. La luna hinchada pero <strong>de</strong>forme le<br />
miraba casi cegadoramente por encima <strong>de</strong>l tejado <strong>de</strong> Nattick. Entonces él mismo entró a<br />
formar parte <strong>de</strong>l mundo plateado, y echó a andar con largas y silenciosas zancadas,<br />
gracias a sus botas <strong>de</strong> suela esponjosa, por el centro <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las Baratijas, hacia<br />
sus cruces, ocultos por las curvas, con la calle <strong>de</strong> los Pensadores y la <strong>de</strong> los Dioses. La<br />
calle <strong>de</strong> las Rameras era paralela a la <strong>de</strong> las Baratijas, a la izquierda, y las calles <strong>de</strong> los<br />
Carreteros y <strong>de</strong>l Muro, a la <strong>de</strong>recha, y las cuatro seguían a la curva Muralla <strong>de</strong> la<br />
Marisma, más allá <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Muro.<br />
Al principio sólo había silencio, y cuando el Ratonero se <strong>de</strong>slizó como un felino no lo<br />
rompió en absoluto. Pero al cabo <strong>de</strong> un rato empezó a oírlo..., un leve tamborileo, casi<br />
como el que producen las primeras gotas, todavía escasas, <strong>de</strong> lluvia, o el hálito inicial <strong>de</strong><br />
una tormenta a través <strong>de</strong> un árbol <strong>de</strong> hojas pequeñas. Se <strong>de</strong>tuvo y miró a su alre<strong>de</strong>dor. El<br />
tamborileo cesó. Sus ojos escrutaron las sombras y no distinguieron más que dos<br />
<strong>de</strong>stellos muy juntos en la basura, que podrían ser gotas <strong>de</strong> agua, rubíes o... cualquier<br />
cosa.<br />
Volvió a ponerse en marcha y en seguida se reanudó el tamborileo, sólo que ahora era<br />
más intenso, como si la tormenta estuviera a punto <strong>de</strong> estallar. Apresuró el paso y, <strong>de</strong><br />
súbito, cayeron sobre él: dos hileras irregulares <strong>de</strong> pequeñas formas plateadas que<br />
emergieron <strong>de</strong> las sombras a su <strong>de</strong>recha, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los montones <strong>de</strong> basura y<br />
entre las rejas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sagües a su izquierda. Algunas incluso pasaron por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las<br />
puertas, gracias a la oquedad en la piedra <strong>de</strong>sgastada <strong>de</strong>l umbral.<br />
El Ratonero echó a correr en zigzag y, con mucha más rapi<strong>de</strong>z que sus enemigos,<br />
empuñando a Escalpelo, que parecía una lengua <strong>de</strong> sapo plateada extendida para<br />
pinchar a un roedor tras otro en alguna parte vital, como si fuera un fantástico recolector<br />
<strong>de</strong> basura y las ratas fragmentos <strong>de</strong> porquería animados. Siguieron acercándose a él por<br />
<strong>de</strong>lante, pero burló a la mayoría en su carrera y ensartó a las restantes. El vino que había<br />
ingerido le proporcionaba una confianza absoluta, y el combate casi se convirtió en una<br />
danza..., una danza <strong>de</strong> la muerte en la que las ratas hacían el papel <strong>de</strong> la humanidad y su<br />
fúnebre Señor Supremo estaba armado con un estoque en vez <strong>de</strong> una guadaña.<br />
La caite se curvó, y las sombras y la pared plateada cambiaron <strong>de</strong> lugar. Una gran rata<br />
rebasó la barrera <strong>de</strong> Escalpelo y se lanzó contra la cintura <strong>de</strong>l Ratonero, pero éste la<br />
alcanzó con la punta <strong>de</strong> Garra <strong>de</strong> Gato, mientras con la espada atravesaba a las otras<br />
dos. Jamás en toda su vida, se dijo jubiloso, había sido el Ratonero Gris tan real y<br />
literalmente, diezmando a la presa natural <strong>de</strong> un ratonero.<br />
Entonces algo pasó zumbando ante su nariz, como una avispa airada, y todo cambió.<br />
Recordó en un vivido <strong>de</strong>stello aquella noche a bordo <strong>de</strong> la nave Calamar —extraña y<br />
<strong>de</strong>cisiva noche que casi se había convertido en un recuerdo fantástico para él— y las<br />
ratas armadas con ballestas, Skwee con una espada minúscula aplicada a su yugular, y