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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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La muchacha se apartó <strong>de</strong> un salto convulsivo, todavía en absoluto silencio. La ban<strong>de</strong>ja<br />

saltó <strong>de</strong> su cabeza, pero ella intentó recobrar el equilibrio. El suelo <strong>de</strong> losetas se abrió con<br />

un chasquido y <strong>de</strong> la abertura salió una larga rata negra. La ban<strong>de</strong>ja golpeó el hombro <strong>de</strong><br />

la muchacha, ésta intentó sujetarla inútilmente con las manos enca<strong>de</strong>nadas, cayó al suelo<br />

con un estrépito infernal y todas las copas tintinearon, una vez <strong>de</strong>rramado su contenido.<br />

Cuando cesaron las reverberaciones <strong>de</strong> la plata, sólo se oyó el ruido rápido y sordo <strong>de</strong><br />

los pies <strong>de</strong>scalzos <strong>de</strong> la muchacha que <strong>de</strong>sandaba sus pasos corriendo. Una copa rodó<br />

por última vez. Luego volvió a la antecámara ver<strong>de</strong> el silencio y la inmovilidad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto.<br />

Doscientos sonidos <strong>de</strong> corazón más tar<strong>de</strong>, rompió el silencio otro rumor sordo <strong>de</strong> pies<br />

<strong>de</strong>scalzos, esta vez los <strong>de</strong> un grupo que regresaba por don<strong>de</strong> se había ido corriendo la<br />

muchacha. Entraron primero, en actitud vigilante, dos cocineros morenos, con la cabeza<br />

afeitada y vestidos <strong>de</strong> blanco, cada uno armado con una cuchilla <strong>de</strong> carnicero en una<br />

mano y un largo tenedor <strong>de</strong> tostar en la otra. Les seguían dos pinches <strong>de</strong> cocina<br />

<strong>de</strong>snudos y rapados, que llevaban muchos trapos húmedos y secos y una escoba <strong>de</strong><br />

plumas negras. Tras ellos entró la sirvienta, con las ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> plata recogidas en las<br />

manos, <strong>de</strong> modo que su temblor no las hiciera tintinear. Detrás <strong>de</strong> ella, una mujer<br />

monstruosamente gorda con un vestido <strong>de</strong> gruesa lana negra que le llegaba a la papada y<br />

los rollizos nudillos, y ocultaba unos pies y tobillos que sin duda eran monstruosos. Su<br />

pelo negro formaba una gran colmena redonda, atravesada por largos alfileres <strong>de</strong> cabeza<br />

negra, y parecía como si llevara un planeta erizado en la cabeza. Tal parecía ser el caso,<br />

pues su rostro hinchado parecía cargado con un mundo <strong>de</strong> malhumor y odio. Sus ojos<br />

negros miraban severos y <strong>de</strong>sconfiados entre pliegues <strong>de</strong> grasa, mientras que los pelos<br />

ralos <strong>de</strong> un bigote negro, como el espectro <strong>de</strong> un ciempiés, le cruzaban el labio superior.<br />

Llevaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l inmenso abdomen un ancho cinturón <strong>de</strong> cuero, <strong>de</strong>l que colgaban<br />

llaves, correas, ca<strong>de</strong>nas y látigos. Los pinches <strong>de</strong> cocina creían que había engordado a<br />

propósito, para evitar que todos aquellos objetos entrechocaran y revelar así su presencia<br />

cuando les espiaba.<br />

La obesa reina <strong>de</strong> la cocina y señora <strong>de</strong>l palacio dirigió a su alre<strong>de</strong>dor una mirada<br />

penetrante y extendió sus palmas rollizas, mirando furibunda a la muchacha. Ni una sola<br />

loseta estaba <strong>de</strong>splazada.<br />

Haciendo un uso semejante <strong>de</strong> la mímica, la muchacha asintió con vehemencia,<br />

señalando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su cintura la loseta con la figura <strong>de</strong> un león marino, y entonces avanzó<br />

temblorosa entre la comida y las copas esparcidas por el suelo y la tocó con el pie.<br />

Uno <strong>de</strong> los cocineros se arrodilló raudo y golpeó suavemente aquella loseta y las<br />

vecinas con los nudillos. Cada una <strong>de</strong> las veces el débil sonido era igualmente sordo.<br />

Intentó introducir las púas <strong>de</strong> su tenedor bajo todos los lados <strong>de</strong> la loseta <strong>de</strong>l león marino,<br />

pero no lo consiguió.<br />

La sirvienta corrió al muro don<strong>de</strong> la otra loseta se había abierto como una portezuela<br />

vidriada y revisó frenéticamente las losetas lisas, apretándolas en vano. El otro cocinero<br />

golpeó las losetas que ella iba indicando sin obtener ningún sonido hueco.<br />

La expresión <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong>l palacio pasó <strong>de</strong> la sospecha a la certeza. Avanzó hacia<br />

la muchacha como una nube <strong>de</strong> tormenta, con los ojos como relámpagos, y <strong>de</strong> repente<br />

extendió sus brazos como jamones y enganchó una correa a una anilla <strong>de</strong> plata en el<br />

collar <strong>de</strong> la sirvienta. El chasquido que produjo fue el ruido más fuerte que se había hecho<br />

hasta entonces.<br />

La sirvienta meneó vigorosamente la cabeza tres veces. Su temblor aumentó y<br />

entonces cesó súbitamente por completo. Mientras la señora <strong>de</strong>l palacio la conducía <strong>de</strong><br />

regreso por don<strong>de</strong> habían llegado, agachó la cabeza, le cayeron los hombros y, al primer<br />

tirón vengativo <strong>de</strong> la correa, se puso a gatas y avanzó rápidamente como si fuera un<br />

perro.

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