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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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Cogió el pergamino. Hisvin le condujo ansiosamente al diván y a la mesa, mientras<br />

preparaba el material <strong>de</strong> escritura. Pero entonces surgió una dificultad. Glipkerio temblaba<br />

<strong>de</strong> tal manera que apenas podía sostener la pluma, y no digamos escribir. Su primer<br />

intento <strong>de</strong> manejarla envió una cola <strong>de</strong> cometa formada por gotas <strong>de</strong> tinta a las ropas <strong>de</strong><br />

quienes le ro<strong>de</strong>aban y al rostro correoso <strong>de</strong> Hisvin. Todos los esfuerzos para guiar su<br />

mano, primero con suavidad y luego a viva fuerza, fracasaron.<br />

Hisvin chascó los <strong>de</strong>dos con <strong>de</strong>sesperada impaciencia y entonces, <strong>de</strong> improviso,<br />

señaló con un <strong>de</strong>do a su hija. Ésta sacó una flauta que llevaba oculta bajo su túnica <strong>de</strong><br />

seda negra y empezó a tocar una dulce pero soporífera melodía. Samanda y Elakeria<br />

pusieron a Glipkerio <strong>de</strong> bruces sobre el diván, una sujetándole <strong>de</strong> los hombros y la otra <strong>de</strong><br />

los tobillos, mientras que Frix, aplicando una rodilla en la parte inferior <strong>de</strong> su espalda,<br />

empezó a acariciarle la espina dorsal <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cráneo hasta la rabadilla, al ritmo <strong>de</strong> la<br />

música <strong>de</strong> Hisvet, utilizando la mano izquierda, con la palma vendada.<br />

Glipkerio siguió convulsionándose a intervalos regulares, y trató <strong>de</strong> levantarse, pero<br />

poco a poco la violencia <strong>de</strong> aquellos terremotos corporales disminuyó y Frix pudo<br />

transferir algunas <strong>de</strong> las rítmicas caricias a los brazos agitados <strong>de</strong>l Señor Supremo.<br />

Hisvin paseaba <strong>de</strong> un lado a otro <strong>de</strong> la estancia y sus sombras <strong>de</strong>sfilaban como las <strong>de</strong><br />

ratas gigantescas moviéndose confusamente y cambiando <strong>de</strong> tamaño, unas contra otras,<br />

a lo largo <strong>de</strong> las losetas azules. De repente reparó en las varas <strong>de</strong> autoridad y, chascando<br />

los <strong>de</strong>dos, preguntó:<br />

—¿Dón<strong>de</strong> están los pajes que prometiste tener aquí?<br />

—En sus aposentos —respondió Glipkerio en tono apagado—. Se han rebelado, y tú te<br />

llevaste a los guardianes que podrían haberlos controlado. ¿Dón<strong>de</strong> están tus mingoles?<br />

Hisvin se <strong>de</strong>tuvo en seco y frunció el ceño, dirigiendo una mirada inquisitiva a las<br />

cortinas azules que cubrían la puerta por la que había entrado.<br />

Respirando con cierta dificultad, Fafhrd se encaramó a una <strong>de</strong> las ocho ventanas <strong>de</strong>l<br />

campanario, se sentó en el alféizar y contempló las campanas.<br />

Eran ocho en total, todas ellas gran<strong>de</strong>s: cinco <strong>de</strong> bronce, tres <strong>de</strong> hierro pardo,<br />

revestidas <strong>de</strong> verdín pálido y el óxido acumulado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempo inmemorial. <strong>Las</strong> cuerdas<br />

se habían podrido y <strong>de</strong>saparecido, probablemente siglos atrás. Debajo <strong>de</strong> ellas había un<br />

vacío oscuro limitado por cuatro estrechos arcos <strong>de</strong> piedra. Probó la resistencia <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />

ellos empujando con un pie. Aguantaba.<br />

Empujó la campana más pequeña, una <strong>de</strong> las <strong>de</strong> bronce. No produjo más sonido que<br />

un lúgubre crujido.<br />

Primero echó un vistazo y luego palpó el interior <strong>de</strong> la campana. El badajo había<br />

<strong>de</strong>saparecido, el óxido había <strong>de</strong>vorado el eslabón que lo sostenía.<br />

También faltaban los badajos <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>más campanas, los cuales seguramente<br />

habían caído al fondo <strong>de</strong> la torre.<br />

Se dispuso a usar su hacha para dar la alarma, pero entonces vio uno <strong>de</strong> los badajos<br />

caídos, que estaba sobre un arco <strong>de</strong> piedra.<br />

Lo alzó con ambas manos, como si fuera una pesada porra, y, moviéndose<br />

temerariamente sobre los arcos, golpeó una campana tras otra. El óxido se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong><br />

las <strong>de</strong> hierro y cayó sobre él como lluvia.<br />

El sonido <strong>de</strong> todas las campanas juntas fue más intenso que el <strong>de</strong> los truenos en un<br />

paraje montañoso, cuando las nubes cercanas entrechocan y producen relámpagos. Eran<br />

las campanas menos musicales que Fafhrd había oído jamás. Algunas producían a la vez<br />

un sonido creciente que periódicamente torturaba el oído. Debían <strong>de</strong> haber sido<br />

diseñadas y fundidas por un maestro <strong>de</strong> la discordancia. <strong>Las</strong> campanas <strong>de</strong> bronce<br />

chillaban, retumbaban, chocaban entre sí, rugían, tañían, cencerreaban y reñían<br />

chillonamente. <strong>Las</strong> <strong>de</strong> hierro gruñían con gargantas oxidadas, sollozaban como el<br />

Leviatán, latían como el corazón <strong>de</strong> la muerte universal y ondulaban como una ola negra

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