Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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anchura equivalente a la altura <strong>de</strong> un hombre, que, reforzado con gran<strong>de</strong>s vigas,<br />
<strong>de</strong>scendía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un porche <strong>de</strong>l palacio casi hasta la superficie <strong>de</strong>l mar. El Ratonero se<br />
preguntó si el caprichoso Glipkerio se habría aficionado a los <strong>de</strong>portes náuticos durante<br />
su ausencia. O quizá era aquélla una nueva forma <strong>de</strong> eliminar a los servidores y esclavos<br />
insatisfactorios, <strong>de</strong>slizándolos al agua convenientemente lastrados. Entonces vio un<br />
vehículo (si era tal cosa) en forma <strong>de</strong> huso, cuya longitud triplicaba la <strong>de</strong> un hombre,<br />
construido con algún metal gris mate, encaramado en lo alto <strong>de</strong>l tobogán. Era un enigma.<br />
Al Ratonero le encantaban los enigmas, aunque sólo fuese para explayarse con ellos,<br />
no para resolverlos. Pero no tenía tiempo para entretenerse con aquél. El esquife había<br />
atracado en el muelle real, y el aventurero exhibía altivamente a los eunucos y guardianes<br />
vociferantes el anillo <strong>de</strong> correo con el emblema <strong>de</strong> la estrella <strong>de</strong> mar que le había dado<br />
Glipkerio y su pergamino con el sello, una cruz <strong>de</strong> espadas, <strong>de</strong> Movarl.<br />
Este último pareció impresionar más al personal <strong>de</strong>l palacio. Con gran<strong>de</strong>s reverencias,<br />
le hicieron subir por una larguísima escalera <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra pintada <strong>de</strong> vivos colores, y se<br />
encontró en la cámara <strong>de</strong> audiencias <strong>de</strong> Glipkerio, una magnífica sala que daba al mar,<br />
cubierta <strong>de</strong> losetas azules triangulares, cada una <strong>de</strong> ellas con un emblema marino en<br />
bajorrelieve.<br />
La habitación era enorme, a pesar <strong>de</strong> las cortinas azules que ahora la dividían en dos<br />
mita<strong>de</strong>s. Dos pajes <strong>de</strong>snudos y rapados se inclinaron ante el Ratonero y apartaron las<br />
cortinas para que pasara. Los movimientos silenciosos y ondulantes <strong>de</strong> aquellos<br />
muchachos contra el fondo azul le hicieron pensar en sirenas masculinas. Cruzó la<br />
estrecha abertura triangular..., y le saludó un distante pero imperioso «¡Chitón!».<br />
Dado que la or<strong>de</strong>n procedía <strong>de</strong> los labios fruncidos <strong>de</strong>l mismo Glipkerio, y dado que<br />
ahora uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos larguiruchos <strong>de</strong>l monarca se alzó y cruzó aquellos labios, el<br />
Ratonero se paró en seco. <strong>Las</strong> cortinas azules se cerraron a sus espaldas con un leve<br />
siseo.<br />
La escena que se presentó ante su vista era <strong>de</strong> lo más extraño y sorpren<strong>de</strong>nte. Su<br />
corazón se perdió un latido, y se sulfuró consigo mismo porque su imaginación no había<br />
consi<strong>de</strong>rado en absoluto la extraña posibilidad que ahora presenciaba.<br />
Tres anchas arcadas daban acceso al porche en el que <strong>de</strong>scansaba el puntiagudo<br />
vehículo gris que había visto en equilibrio en lo alto <strong>de</strong>l tobogán. Ahora pudo ver que<br />
hacia la proa había una portezuela con goznes.<br />
En un extremo <strong>de</strong> la sala había una jaula gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong> fondo grueso, con los barrotes<br />
muy juntos, que contenía por lo menos una veintena <strong>de</strong> ratas negras que chillaban, se<br />
movían sin cesar y a veces golpeaban los barrotes <strong>de</strong> un modo amenazante.<br />
En otro extremo <strong>de</strong> la sala azul marino, cerca <strong>de</strong> la escalera circular que conducía al<br />
minarete más alto <strong>de</strong>l palacio, Glipkerio se había levantado <strong>de</strong> su sillón dorado <strong>de</strong><br />
audiencias, que tenía la forma <strong>de</strong> una concha marina. Parecía excitado. El fantástico<br />
Señor Supremo era una cabeza más alto que Fafhrd, pero tan <strong>de</strong>lgado como un mingol<br />
<strong>de</strong>snutrido. Su toga negra le daba el aspecto <strong>de</strong> un ciprés fúnebre. Tal vez para<br />
compensar este efecto <strong>de</strong>primente, llevaba una guirnalda <strong>de</strong> pequeñas violetas alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> la cabeza rubia, cuyo cabello se agrupaba en bucles dorados.<br />
Junto a él estaba una muchacha que apenas le llegaba a la cintura, colgada <strong>de</strong> su<br />
brazo como un trasgo ingrávido y vestida con una amplia túnica <strong>de</strong> seda color amarillo<br />
pálido. Era Hisvet. El corte que le hiciera el Ratonero con su daga aún era visible, una<br />
línea rosada que se extendía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la fosa nasal izquierda hasta la mandíbula. Aquella<br />
cicatriz le habría dado una expresión sardónica si no fuese porque, al ver al Ratonero, le<br />
sonrió dulcemente.<br />
A medio camino entre el sillón <strong>de</strong> audiencias y las ratas enjauladas se encontraba<br />
Hisvin, el padre <strong>de</strong> Hisvet, enfundado en una toga negra y todavía con el ajustado gorro<br />
<strong>de</strong> cuero negro provisto <strong>de</strong> orejeras. Miraba fijamente a las ratas enjauladas y extendía<br />
hacia ellas sus <strong>de</strong>dos huesudos, moviéndolos hipnóticamente.