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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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El rostro <strong>de</strong> Fafhrd se iluminó con una sonrisa que habría parecido totalmente<br />

ina<strong>de</strong>cuada a quien supiera que temía una aparición <strong>de</strong> la Muerte, pero <strong>de</strong>sconociese sus<br />

experiencias <strong>de</strong> los últimos días.<br />

Montados en los tres caballos negros, había tres altos esqueletos resplan<strong>de</strong>cientes a la<br />

luz <strong>de</strong> la luna, y con la certeza <strong>de</strong> un amante reconoció que el primero <strong>de</strong> ellos era<br />

Kreeshkra.<br />

Des<strong>de</strong> luego, tal vez le buscaba para castigarle con la muerte por su infi<strong>de</strong>lidad. No<br />

obstante, como casi cualquier otro amante en iguales circunstancias (aunque rara vez,<br />

ciertamente, en medio <strong>de</strong> una batalla con aspectos sobrenaturales), sus labios dibujaron<br />

una sonrisa bastante egoísta.<br />

No perdió un momento en iniciar su <strong>de</strong>scenso.<br />

Entretanto, Kreeshkra, pues realmente era ella, pensaba mientras contemplaba a los<br />

dioses <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>: «En fin, supongo que tener unos huesos pardos es mejor que no<br />

tener ninguno. Con todo, parecen <strong>de</strong>masiado vulnerables al fuego. ¡Vaya, ahí vienen más<br />

ratas! ¡Qué ciudad tan sucia! ¿Y dón<strong>de</strong>, oh, dón<strong>de</strong> se encuentra mi abominable hombre<br />

<strong>de</strong> barro?».<br />

La gatita negra maulló ansiosamente al pie <strong>de</strong>l templo, don<strong>de</strong> esperaba la llegada <strong>de</strong><br />

Fafhrd.<br />

Glipkerio, ahora completamente calmado, sosegado por el masaje <strong>de</strong> Frix y la música<br />

<strong>de</strong> flauta <strong>de</strong> Hisvet, estaba estampando su firma, formando las letras <strong>de</strong>corativamente y<br />

más seguro que jamás en toda su vida, cuando las cortinas azules <strong>de</strong> la arcada mayor se<br />

abrieron <strong>de</strong> pronto y entraron en la gran cámara, sin hacer ruido, puesto que iban<br />

<strong>de</strong>scalzos, las fuerzas <strong>de</strong>l Ratonero y Reetha.<br />

Glipkerio se convulsionó, <strong>de</strong>rramando el tintero sobre el pergamino que contenía las<br />

condiciones <strong>de</strong> rendición, y haciendo volar como una flecha su pluma <strong>de</strong> ave.<br />

Hisvin, Hisvet e incluso Samanda retrocedieron hacia el porche, intimidados, al menos<br />

temporalmente, por los recién llegados..., y por cierto que había algo temible en la actitud<br />

<strong>de</strong> aquel ejército <strong>de</strong> jóvenes <strong>de</strong>pilados y <strong>de</strong>snudos, armados con instrumentos <strong>de</strong> cocina,<br />

el furor reflejado en sus miradas y en los labios, <strong>de</strong> los que se escapaban gruñidos o que<br />

apretaban firmemente. Hisvet había esperado que por fin llegaran sus mingoles, y por eso<br />

su conmoción fue doble. Elakeria corrió tras ella, gritando:<br />

—¡Han venido a matarnos! ¡Es la revolución! Frix se mantuvo en su sitio, sonriendo<br />

excitada.<br />

El Ratonero Gris corrió a través <strong>de</strong>l suelo <strong>de</strong> losetas azules, saltó sobre el diván <strong>de</strong><br />

Glipkerio y se mantuvo en equilibrio sobre su respaldo <strong>de</strong> oro. Reetha le siguió rauda y se<br />

puso a su lado, blandiendo el espetón en actitud amenazante.<br />

Sin importarle que Glipkerio retrocediera, sus ojos amarillo claro mirando temerosos a<br />

través <strong>de</strong> la rejilla que formaban sus <strong>de</strong>dos cruzados, el Ratonero Gris gritó sonoramente:<br />

—¡Esto no es ninguna revolución, oh, po<strong>de</strong>roso señor, sino que hemos venido para<br />

salvaros <strong>de</strong> vuestros enemigos! Ése <strong>de</strong> allí —añadió señalando a Hisvin— está aliado con<br />

las ratas. Bajo su toga encontrarás una cola. Le he visto en los túneles subterráneos,<br />

como un miembro <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> los Trece que dirige a la especie <strong>de</strong> las ratas, tramando<br />

tu <strong>de</strong>rrocamiento. Es él quien...<br />

Entretanto, Samanda había recobrado su valor, y cargó contra sus subordinados como<br />

un rinoceronte negro; su peinado en forma <strong>de</strong> globo, atravesado por un alfiler <strong>de</strong> cabeza,<br />

era un cuerno más que suficiente. Haciendo restallar el látigo, atronó:<br />

—Queréis rebelaros, ¿en? ¡De rodillas, sollastres y suripantas! ¡Decid vuestras<br />

plegarias!<br />

Sorprendidos, cayendo fácilmente en un hábito bien consolidado, sus ardientes<br />

esperanzas frustradas por el maltrato familiar, los esbeltos jóvenes <strong>de</strong>snudos se apartaron<br />

temerosos <strong>de</strong> ella.

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