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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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Lo más terrible era que las ratas sólo roían allí don<strong>de</strong> les era necesario para penetrar,<br />

no <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong>sechos, huellas <strong>de</strong> sus pisadas o marcas <strong>de</strong> sus dientes, y no ensuciaban<br />

nada, sino que <strong>de</strong>positaban sus oscuros excrementos en pulcras pirámi<strong>de</strong>s, como si al<br />

cuidar <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> un dueño ausente <strong>de</strong>cidieran ocuparla <strong>de</strong> manera permanente.<br />

Se tendieron las trampas más astutas, se esparcieron venenos sutiles e invitadores, se<br />

taparon los orificios <strong>de</strong> las madrigueras con plomo y placas <strong>de</strong> latón, se encendieron<br />

bujías en lugares oscuros y se montó guardia en todos los lugares don<strong>de</strong> era probable<br />

que se avistara a las ratas. Todo fue en vano.<br />

Era estremecedor, pero las ratas mostraban una sagacidad humana en muchas <strong>de</strong> sus<br />

acciones. Entre las pocas entradas a sus escondites que se <strong>de</strong>scubrieron, algunas<br />

parecían aserradas más que roídas, y el trozo <strong>de</strong>sprendido al aserrar había sido colocado<br />

en su sitio como una pequeña puerta. Ponían a buen recaudo las golosinas en lugares<br />

altos, y utilizaban cor<strong>de</strong>les hechos por ellas mismas para saltar y cogerlas. Algunos<br />

testigos aterrados afirmaban haberles visto arrojar tales cor<strong>de</strong>les como si fueran lazos<br />

corredizos, o incluso enganchados a dardos y disparados con minúsculas ballestas.<br />

Parecían practicar una división <strong>de</strong>l trabajo, y algunas actuaban como vigías, otras como<br />

dirigentes y guardianes, otros como hábiles roturadores y mecánicos, e incluso había<br />

simples porteadores <strong>de</strong> cargas, dóciles al chillido <strong>de</strong> mando.<br />

Lo peor <strong>de</strong> todo era que los seres humanos que oían sus extraños chillidos afirmaban<br />

que éstos no eran meros sonidos animales, sino el lenguaje <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>, aunque<br />

hablado con tanta rapi<strong>de</strong>z y en un tono tan agudo que generalmente era imposible<br />

seguirlo.<br />

Los temores <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong> fueron en aumento. Se recordaron las profecías sobre un<br />

oscuro conquistador al mando <strong>de</strong> una horda <strong>de</strong> innumerables y crueles seguidores que<br />

imitaban las costumbres civilizadas, pero eran brutos y llevaban sucias pieles, y que algún<br />

día se apo<strong>de</strong>rarían <strong>de</strong> la ciudad. Había supuesto que esta profecía se refería a los<br />

mingoles, pero también podía interpretarse que la horda aludida era una plaga <strong>de</strong> ratas.<br />

Incluso la obesa Samanda estaba aterrada por la <strong>de</strong>predación <strong>de</strong> las <strong>de</strong>spensas y<br />

almacenes <strong>de</strong> alimentos <strong>de</strong>l Señor Supremo, y por el ruido incesante <strong>de</strong> patas invisibles.<br />

Or<strong>de</strong>nó que todas las sirvientas y los pajes abandonaran sus catres dos horas antes <strong>de</strong>l<br />

alba, y en la cocina cavernosa y ante la chimenea rugiente, lo bastante gran<strong>de</strong> para asar<br />

en ella dos bueyes y calentar dos docenas <strong>de</strong> hornos, llevó a cabo un interrogatorio en<br />

masa y una sesión <strong>de</strong> azotes para calmar sus nervios y <strong>de</strong>sviar su pensamiento <strong>de</strong> los<br />

verda<strong>de</strong>ros culpables. A la luz anaranjada, cada una <strong>de</strong> las víctimas rapadas parecía una<br />

estatua cobriza, <strong>de</strong> pie, doblada, arrodillada o tendida <strong>de</strong> bruces ante Samanda, mientras<br />

sufría el interrogatorio y soportaba la artística flagelación. Luego besaba el dobladillo <strong>de</strong> la<br />

falda negra <strong>de</strong> Samanda o le enjugaba suavemente el rostro y el cuello con una toalla<br />

blanca como un lirio, enfriada con agua helada y escurrida, pues la opresa manejaba el<br />

látigo hasta que el sudor <strong>de</strong>scendía en riachuelos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la esfera negra <strong>de</strong> su pelo y se<br />

<strong>de</strong>sprendía en gotas <strong>de</strong> su bigote. La esbelta Reetha recibió nuevos azotes, pero se<br />

vengó echando un puñado <strong>de</strong> pimienta blanca finamente molida en la jofaina <strong>de</strong> agua<br />

helada, al sumergir en ella la toalla. Des<strong>de</strong> luego, esto <strong>de</strong>terminó que el castigo <strong>de</strong> la<br />

siguiente víctima fuese cuádruple, pero cuando uno logra vengarse es forzoso que sufra<br />

algún inocente.<br />

Presenciaba el espectáculo un público selecto <strong>de</strong> cocineros vestidos <strong>de</strong> blanco y<br />

sonrientes barberos, no pocos <strong>de</strong> los cuales eran precisos para rapar al ejército <strong>de</strong><br />

servidores <strong>de</strong>l palacio, y <strong>de</strong>mostraban lo mucho que se divertían soltando carcajadas y<br />

sonriendo apreciativamente. También Glipkerio era testigo <strong>de</strong> aquellas cruelda<strong>de</strong>s, oculto<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> unos cortinajes, en una galería. El flaco Señor Supremo estaba entusiasmado, y<br />

sus largos y aristocráticos nervios tan calmados como los <strong>de</strong> Samanda..., hasta que<br />

observó en los estantes más altos <strong>de</strong> la penumbrosa cocina el centenar <strong>de</strong> pares <strong>de</strong><br />

puntitos brillantes que eran los ojos <strong>de</strong> los espectadores no invitados. Regresó corriendo a

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