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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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por primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estaba en <strong>Lankhmar</strong> comprendió plenamente que no se las<br />

había con ratas ordinarias, ni siquiera extraordinarias, sino con una misteriosa y hostil<br />

cultura <strong>de</strong> seres inteligentes, pequeños, ciertamente, pero quizá más listos, sin duda<br />

prolíficos e incluso con ten<strong>de</strong>ncias más criminales que los mismos hombres.<br />

Dejó <strong>de</strong> zigzaguear y echó a correr tan rápido como pudo, repartiendo mandobles con<br />

Escalpelo, al tiempo que se metía la daga en el cinto y cogía la bolsa para sacar el frasco<br />

negro con la pócima <strong>de</strong> Sheelba.<br />

No lo encontró allí. Descorazonado y maldiciéndose a sí mismo, recordó que, aturdido<br />

por el vino, lo había <strong>de</strong>jado bajo la almohada en casa <strong>de</strong> Nattick.<br />

Pasó raudo ante la negra calle <strong>de</strong> los Pensadores, cuyos altos edificios ocultaban la<br />

luna. Aparecieron más ratas, pisó una y estuvo a punto <strong>de</strong> resbalar. Otras dos avispas <strong>de</strong><br />

acero zumbaron ante su rostro y —jamás lo habría creído si se lo hubieran contado— una<br />

pequeña saeta con una llama azulada. Dejó atrás el largo y oscuro muro <strong>de</strong>l edificio que<br />

albergaba al Gremio <strong>de</strong> Ladrones, pensando sobre todo en poner tierra por medio y<br />

apenas en acabar con más ratas.<br />

Poco <strong>de</strong>spués, tras una curva cerrada <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las Baratijas, vio luces brillantes y<br />

muchos transeúntes: unos pasos más y se encontró entre ellos. Todas las ratas habían<br />

<strong>de</strong>saparecido.<br />

En un puesto callejero compró una pequeña jarra <strong>de</strong> cerveza calentada al carbón para<br />

entretenerse mientras recobraba el aliento y se disipaba su temor. Cuando el líquido<br />

amargo hume<strong>de</strong>ció tibiamente su garganta, miró hacia el este, a lo largo <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> los<br />

Dioses, hasta la Puerta <strong>de</strong> la Marisma, y luego al oeste, don<strong>de</strong> las casas iluminadas se<br />

extendían hasta per<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> vista.<br />

Le pareció que todo <strong>Lankhmar</strong> se había dado cita allí aquella noche, a la luz <strong>de</strong> las<br />

antorchas, los faroles y las velas bajo pantallas <strong>de</strong> cuerno, cuchicheando con temerosos<br />

susurros. Se preguntó por qué las ratas habían evitado solamente aquella calle. ¿Acaso<br />

temían más que los mismos hombres a los dioses <strong>de</strong> éstos?<br />

En un extremo <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> los Dioses que daba a la Puerta <strong>de</strong> la Marisma sólo<br />

estaban las moradas mo<strong>de</strong>stas <strong>de</strong> los dioses más nuevos, pobres y a<strong>de</strong>cuados a los<br />

barrios bajos entre todos los dioses en <strong>Lankhmar</strong>. Allí, la mayor parte <strong>de</strong> las<br />

congregaciones <strong>de</strong> fieles eran meros grupos reunidos en la acera alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un<br />

zarrapastroso ermitaño o un flaco sacerdote <strong>de</strong> piel correosa, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>siertos <strong>de</strong> las Tierras Orientales.<br />

El Ratonero giró al otro lado y emprendió un lento y serpenteante paseo entre la<br />

muchedumbre que hablaba en voz baja, saludando aquí a un viejo conocido,<br />

<strong>de</strong>teniéndose allá para tomar un vaso <strong>de</strong> vino o una copita <strong>de</strong> aguardiente en un puesto<br />

callejero, pues los lankhmarianos creen que la religión y la mente medio abotargada, o por<br />

lo menos amortiguada por la bebida, armonizan a la perfección.<br />

A pesar <strong>de</strong> la tentación momentánea, logró pasar <strong>de</strong> largo ante la calle <strong>de</strong> las Rameras,<br />

tocándose el bulto <strong>de</strong>l dardo en la sien para recordarse que la experiencia erótica<br />

terminaría en la futilidad. Aunque la calle <strong>de</strong> las Rameras estaba a oscuras, todas las<br />

mujeres, jóvenes y viejas, habían salido aquella noche y practicaban su oficio en los<br />

pórticos sombríos, proporcionando a los hombres el tercer remedio más potente contra<br />

sus temores, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las plegarias y el vino.<br />

Cuanto más se alejaba <strong>de</strong> la Puerta <strong>de</strong> la Marisma, más ricos eran los dioses en<br />

<strong>Lankhmar</strong> y mejor servidos estaban. Había iglesias y templos que incluso tenían<br />

columnas revestidas <strong>de</strong> plata, y sacerdotes con ca<strong>de</strong>nas y vestimentas <strong>de</strong> oro. Des<strong>de</strong> las<br />

puertas abiertas se filtraba una potente luz amarilla, el fuerte aroma <strong>de</strong>l incienso y el<br />

rumor <strong>de</strong> las maldiciones cantadas y las plegarias..., todo ello contra las ratas, por lo que<br />

podía enten<strong>de</strong>r el Ratonero.<br />

Sin embargo, empezó a observar que la ausencia <strong>de</strong> las ratas no era total en la calle <strong>de</strong><br />

los Dioses. De vez en cuando se asomaban a los tejados pequeñas cabezas negras, y en

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