Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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pelearon entre sí a <strong>de</strong>ntelladas, para ser las primeras en penetrar en el agujero en pos <strong>de</strong>l<br />
Ratonero. Muchos otros roedores <strong>de</strong>saparecían velozmente por los restantes agujeros,<br />
pero uno <strong>de</strong> ellos se quedó el tiempo suficiente para mor<strong>de</strong>r a Reetha en un pie.<br />
La muchacha perdió los nervios. Echó a correr gritando y sus primeros pasos<br />
levantaron una rociada <strong>de</strong> viscoso líquido rosado y polvo gris. <strong>Las</strong> ratas la esquivaban<br />
mientras subía a toda prisa la escalera. Una vez arriba, se abrió paso arañando a varios<br />
guardianes asombrados, entró en la cocina y se <strong>de</strong>rrumbó, sollozando y ja<strong>de</strong>ante sobre<br />
las losas <strong>de</strong>l suelo. Samanda fijó una ca<strong>de</strong>na a su collar.<br />
Fafhrd formó un círculo con los brazos por encima y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su cabeza para<br />
protegerla <strong>de</strong> los salientes rocosos, las telarañas y los insectos, y por fin se vio ante un<br />
resplandor verdoso, circular, <strong>de</strong> bor<strong>de</strong> mellado. No tardó en salir <strong>de</strong>l negro túnel y se<br />
encontró en una gran caverna dotada <strong>de</strong> numerosos accesos, cuyo suelo rocoso estaba<br />
levemente iluminado en su centro por una fogata <strong>de</strong> llamas ver<strong>de</strong>s, alimentada con<br />
troncos rojos como la sangre por dos muchachos flacos, <strong>de</strong> mirada viva, vestidos con<br />
unas blusas harapientas y que parecían típicos pilluelos <strong>de</strong> las calles <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong>.<br />
Ilthmar o cualquier otra ciudad <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>nte. Uno <strong>de</strong> ellos tenía una cicatriz bajo el ojo<br />
izquierdo. Al otro lado <strong>de</strong> la fogata, sobre una piedra baja y ancha, estaba sentado un<br />
personaje obscenamente obeso, tan bien cubierto con un manto y una capucha que<br />
parecía carecer <strong>de</strong> rostro y manos. Estaba examinando un gran montón <strong>de</strong> fragmentos <strong>de</strong><br />
pergamino y cerámica, cogiéndolos con la tela oscura <strong>de</strong> sus mangas <strong>de</strong>masiado largas y<br />
colgantes, y los examinaba <strong>de</strong> cerca, casi metiéndolos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la capucha.<br />
—Bienvenido, gentil hijo mío —le dijo a Fafhrd, con una voz que recordaba las notas<br />
trémulas <strong>de</strong> una flauta dulce—. ¿Qué dichosa ocasión te ha traído aquí?<br />
— ¡Bien lo sabes! —replicó Fafhrd en tono áspero, avanzando hasta la fogata ver<strong>de</strong> y<br />
mirando el óvalo negro <strong>de</strong>finido por el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la capucha—. ¿Cómo voy a salvar al<br />
Ratonero? ¿Qué ocurre en <strong>Lankhmar</strong>? ¿Y por qué, en nombre <strong>de</strong> todos los dioses <strong>de</strong> la<br />
muerte y la <strong>de</strong>strucción, es tan importante el silbato <strong>de</strong> hojalata?<br />
—Te expresas con acertijos, gentil hijo mío —respondió plácidamente la voz aflautada,<br />
cuyo emisor siguió examinando sus fragmentos—. ¿De qué silbato <strong>de</strong> hojalata me<br />
hablas? ¿Qué peligro corre ahora el Ratonero...? ¡Ah, ese joven temerario! ¿Y qué<br />
suce<strong>de</strong> en <strong>Lankhmar</strong>?<br />
Fafhrd soltó un torrente <strong>de</strong> maldiciones, que resonaron vanamente entre las estalactitas<br />
<strong>de</strong>l techo. Entonces sacó <strong>de</strong> su bolsa el pequeño mensaje oblongo y negro <strong>de</strong> Sheelba y<br />
lo sostuvo entre los <strong>de</strong>dos índice y pulgar, temblando <strong>de</strong> ira.<br />
—Mira, grandísimo ignorante, he <strong>de</strong>jado a una muchacha encantadora para respon<strong>de</strong>r<br />
a este mensaje y ahora...<br />
Pero el personaje encapuchado había lanzado un silbido gorjeante, a cuya señal el<br />
murciélago negro posado en su hombro, <strong>de</strong>l que Fafhrd se había olvidado, se abalanzó<br />
hacia él, le arrebató con sus dientes afilados la nota que sujetaba y sobrevoló las llamas<br />
ver<strong>de</strong>s para aterrizar en la mano, tentáculo o lo que fuera, pues estaba oculta por la<br />
manga, <strong>de</strong> la panzuda figura «Lo que fuera» acercó el murciélago a la boca <strong>de</strong> la<br />
capucha, y el animal, obediente, penetró y <strong>de</strong>sapareció en aquella negrura <strong>de</strong> carbón.<br />
Siguió un diálogo graznado, ininteligible, amortiguado en la oquedad <strong>de</strong> la capucha,<br />
mientras Fafhrd permanecía sentado con las manos en las ca<strong>de</strong>ras, presa <strong>de</strong> una intensa<br />
irritación. Los dos muchachos flacos le sonrieron con socarronería y cuchichearon<br />
impúdicamente, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarle. Por fin la voz aflautada dijo:<br />
—Ahora lo veo con claridad cristalina, oh, hijo paciente. Sheelba <strong>de</strong>l Rostro sin Ojos y<br />
yo hemos estado distanciados..., una querella entre amigos, ¿sabes? Y ahora intenta<br />
hacer las paces conmigo. Bien, bien, bien. Sheelba es quien da los primeros pasos. Ja, ja,<br />
ja!<br />
— Muy divertido —gruñó Fafhrd—. La rapi<strong>de</strong>z es el tuétano <strong>de</strong> nuestra alianza. El<br />
Reino Hundido se alzó, separando sus aguas, cuando entré en tus cavernas. Mi veloz