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Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf

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—Temen moverse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tus guardianes se marcharon —dijo ella—. Les castigaré<br />

como es <strong>de</strong>bido..., pero sólo cuando hayas disfrutado <strong>de</strong> tu diversión especial, mi<br />

pequeño amo.<br />

Ahora, rehusando por una vez todos los curiosos y preciosos (por tener joyas<br />

engastadas) instrumentos <strong>de</strong> tortura y relegando al olvido la amenaza <strong>de</strong> los roedores que<br />

asediaban <strong>Lankhmar</strong>, sus pensamientos habían vuelto a días menos complicados y más<br />

felices. Glipkerio, con su guirnalda <strong>de</strong> trinitarias la<strong>de</strong>ada y algo marchita, le <strong>de</strong>cía risueño:<br />

—¿Recuerdas cuando te traje mi primer gatito para que lo arrojaras al fuego <strong>de</strong> la<br />

cocina?<br />

—¿Si me acuerdo <strong>de</strong> eso? —replicó la mujerona con afectuoso <strong>de</strong>sdén—. Hombre, mi<br />

querido amo, recuerdo cuando me trajiste tu primera mosca para enseñarme con qué<br />

pulcritud podías arrancarle las alas y las patas. Aún andabas a gatas, pero ya eras alto y<br />

<strong>de</strong>lgado.<br />

—Sí, pero aquel gatito... —insistió Glipkerio, el vino violeta <strong>de</strong>slizándose por su barbilla<br />

mientras tomaba un trago apresurado con mano temblorosa—. Era negro; con ojos azules<br />

que acababan <strong>de</strong> abrirse a la luz. Radomix intentó impedírmelo —por entonces vivía en el<br />

palacio—, pero tú le echaste a gritos.<br />

—Le eché, en efecto —convino Samanda—. ¡Aquel rapaz <strong>de</strong> corazón blando! Y<br />

recuerdo cómo el gatito chillaba y se chamuscaba, y cómo lloraste luego porque ya no lo<br />

tenías para volverlo a echar al fuego. A fin <strong>de</strong> distraerte y animarte, <strong>de</strong>snudé y azoté a<br />

una doncella aprendiza, tan <strong>de</strong>lgada y alta como tú y con largas trenzas rubias. Eso fue<br />

antes <strong>de</strong> que te entrara la manía <strong>de</strong> los pelos e hicieras afeitar a muchachos y doncellas<br />

por igual. Pensé que había llegado el momento <strong>de</strong> que te <strong>de</strong>dicaras a placeres más<br />

viriles, ¡y bien que mostraste tu excitación!<br />

Con una risotada, tendió la mano y le manoseó sin la menor <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za.<br />

Excitado por el cosquilleo y sus propios pensamientos, el Señor Supremo <strong>de</strong> <strong>Lankhmar</strong><br />

se irguió, alto como un ciprés, envuelto en su toga negra, aunque ningún ciprés se<br />

retorcía jamás como él lo hacía, excepto, tal vez, en el transcurso <strong>de</strong> un terremoto o bajo<br />

el hechizo más potente.<br />

—¡Vamos! —exclamó—. Han dado las once. Apenas tenemos tiempo antes <strong>de</strong> que<br />

<strong>de</strong>ba ir rápidamente a la cámara azul <strong>de</strong> audiencias para reunirme con Hisvin y salvar la<br />

ciudad.<br />

—Tienes razón —dijo Samanda, y apoyando sus rollizos antebrazos en las rodillas, se<br />

levantó y empujó el sillón en el que se había encajado su gran trasero —. ¿Qué látigo has<br />

elegido para la traviesa y traidora moza?<br />

—¡Ninguno, ninguno! —exclamó Glipkerio con júbilo e impaciencia—. Al final, ese viejo<br />

y bien aceitado látigo negro para perros siempre me parece el mejor. ¡De prisa, querida<br />

Samanda, <strong>de</strong> prisa!<br />

Reetha se incorporó en la cama <strong>de</strong> sábanas crujientes en cuanto oyó los ruidos.<br />

Meneando la suave cabeza monda para eliminar los restos <strong>de</strong> sus pesadillas, tanteó<br />

frenéticamente en busca <strong>de</strong>l frasco cuyo contenido le procuraría un olvido protector.<br />

Se lo llevó a los labios, pero se <strong>de</strong>tuvo un momento antes <strong>de</strong> beber. La puerta aún no<br />

se había abierto y los crujidos habían sido extrañamente breves y agudos. Miró por<br />

encima <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cama y vio que otra puerta <strong>de</strong> menos <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> altura se había<br />

abierto hacia afuera a nivel <strong>de</strong>l suelo en el revestimiento <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que parecía continuo.<br />

Por allí entró, rápidamente y en silencio, agachando la cabeza, un hombrecillo bien<br />

formado, magro y musculoso, que llevaba en una mano un bulto gris y en la otra lo que<br />

parecía una larga espada <strong>de</strong> juguete, tan <strong>de</strong>snuda como él mismo.<br />

Cerró la puerta tras él, <strong>de</strong> modo que la pared volvió a parecer lisa y miró<br />

inquisitivamente a su alre<strong>de</strong>dor.

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