Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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lengua trífida <strong>de</strong> la víbora vibró airadamente contra su mejilla, mientras que los colmillos<br />
golpeaban los barrotes <strong>de</strong> plata y segregaban veneno que hume<strong>de</strong>ció aceitosamente la<br />
seda amarilla que cubría el hombro <strong>de</strong> la muchacha, pero ella no pareció reparar en nada<br />
<strong>de</strong> esto. Sin embargo, los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> su mano <strong>de</strong>recha se movieron a lo largo <strong>de</strong> una hilera<br />
<strong>de</strong> medallones que <strong>de</strong>coraban el <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> gusanos luminosos a su espalda y, sin bajar<br />
la vista, apretó dos <strong>de</strong> ellos.<br />
El cuadro <strong>de</strong> la muchacha y el cocodrilo se movió rápidamente hacia arriba, revelando<br />
el pie <strong>de</strong> una escalera empinada y oscura.<br />
—Por ahí se va directamente a la casa <strong>de</strong> mi padre y mía —le explicó Hisvet.<br />
El cuadro <strong>de</strong>scendió. Frix apretó otros dos medallones y la otra pintura <strong>de</strong>l hombre y la<br />
hembra <strong>de</strong> leopardo se levantó y reveló una escalera parecida.<br />
—Mientras que esa otra ascien<strong>de</strong> directamente, a través <strong>de</strong> una madriguera dorada,<br />
hasta los aposentos privados <strong>de</strong> quienquiera que sea el aparente Señor Supremo <strong>de</strong><br />
<strong>Lankhmar</strong>, en la actualidad Glipkerio Kistomerces —le dijo Hisvet al Ratonero, mientras la<br />
segunda pintura regresaba a su lugar—. Como ves, querido, nuestro po<strong>de</strong>r llega a todas<br />
partes.<br />
Hisvet alzó la daga y le tocó ligeramente la garganta. El Ratonero permitió que el acero<br />
permaneciera allí un rato, antes <strong>de</strong> coger la punta entre los <strong>de</strong>dos y apartarla a un lado.<br />
Entonces, con la misma suavidad, cogió el extremo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las trenzas <strong>de</strong> Hisvet, quien<br />
no opuso resistencia, y empezó a separar los finos hilos <strong>de</strong> plata <strong>de</strong> los cabellos<br />
plateados aún más finos.<br />
Frix seguía inmóvil como una estatua entre los colmillos <strong>de</strong> una alimaña y el aguijón <strong>de</strong><br />
la otra, como si viera cosas que estaban más allá <strong>de</strong> la realidad.<br />
—¿Pertenece Frix a tu raza, combinando en cierto modo las mejores cualida<strong>de</strong>s<br />
humanas y las <strong>de</strong> los roedores? —le preguntó el Ratonero en voz baja, mientras<br />
proseguía la tarea que, a su parecer, tras mucho trajinar con los hilos <strong>de</strong> plata, acabaría<br />
por permitirle ver realizado el que en aquellos momentos era su mayor <strong>de</strong>seo.<br />
Hisvet meneó la cabeza lánguidamente y <strong>de</strong>jó la daga a un lado.<br />
—Frix es mi esclava más querida, casi mi hermana, pero no pertenece a mi linaje. En<br />
realidad, es la esclava <strong>de</strong> más alcurnia en todo Nehwon, pues es una princesa y tal vez<br />
ahora la reina <strong>de</strong> su propio mundo. Cuando viajaba entre los mundos, sufrió un naufragio<br />
y fue atacada por <strong>de</strong>monios, <strong>de</strong> los que mi padre la rescató, a condición <strong>de</strong> que me<br />
sirviera para siempre.<br />
En aquel momento Frix rompió su silencio, aunque sólo movió los labios y la lengua y<br />
no se dignó mirarles.<br />
—O hasta que por tres veces te salve la vida con riesgo <strong>de</strong> la mía, mi dulce ama. Y eso<br />
ya ha sucedido una vez, a bordo <strong>de</strong> la nave Calamar, cuando el dragón estuvo a punto <strong>de</strong><br />
engullirte.<br />
—Jamás me abandonarías, querida Frix —replicó Hisvet, sin la menor sombra <strong>de</strong> duda.<br />
—Te amo con todo mi corazón y te sirvo fielmente —replicó Frix—. No obstante, todas<br />
las cosas tienen un final, mi ama bendita.<br />
—Entonces tendré al Ratonero Gris para protegerme y no te necesitaré —dijo Hisvet<br />
con cierta displicencia, irguiéndose sobre un codo—. Déjanos ahora, Frix, para que pueda<br />
hablar en privado con él.<br />
Sonriente, Frix abandonó su lugar entre las jaulas <strong>de</strong> las mortíferas alimañas, hizo una<br />
breve reverencia, se puso <strong>de</strong> nuevo la máscara amarilla y salió rápidamente por la<br />
segunda <strong>de</strong> las puertas no secretas, cubierta por una fina cortina plateada.<br />
Todavía apoyada en el codo, la esbelta Hisvet se volvió hacia el Ratonero. Él se le<br />
acercó ansioso, con ánimo <strong>de</strong> acariciar su pequeño y bello rostro triangular, pero ella le<br />
cogió las manos con sus fríos <strong>de</strong>dos y le miró a los ojos.<br />
—Me querrás siempre, ¿verdad? Te has atrevido a aventurarte en los oscuros y<br />
temibles túneles <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong> las ratas para conseguirme.