Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—No puedo soportarlo más. Ratas armadas campan por sus respetos en el palacio, los<br />
guardianes se han ido, tengo pelos en | la garganta..., esa muchacha horrible, ese<br />
in<strong>de</strong>cente títere peludo que tiene la cara <strong>de</strong>l Ratonero, ningún mayordomo ni doncella<br />
respon<strong>de</strong>n a mi llamada, ni siquiera hay un paje que cui<strong>de</strong> las velas. E Hisvin no ha<br />
venido. ¡Hisvin no ha venido! No tengo a ; nadie. ¡Todo está perdido! ¡No puedo<br />
soportarlo! ¡Me voy! ¡Adiós, mundo, adiós, Nehwon! ¡Busco un universo más feliz!<br />
Dicho esto se dirigió apresuradamente al porche. De su toga negra se <strong>de</strong>sprendió un<br />
último pétalo <strong>de</strong> trinitaria.<br />
Samanda avanzó tras él pesadamente y le dio alcance antes <strong>de</strong> que pudiera subir la<br />
escala <strong>de</strong> plata, en gran parte porque el Señor Supremo no logró <strong>de</strong>senlazar los <strong>de</strong>dos<br />
para coger los escalones. Le ro<strong>de</strong>ó con un brazo enorme y le condujo <strong>de</strong> nuevo al diván<br />
<strong>de</strong> audiencias, mientras le en<strong>de</strong>rezaba los <strong>de</strong>dos y le <strong>de</strong>cía:<br />
—Vamos, vamos, mi pequeño señor, ésta no es noche para viajar en barco. Estamos<br />
en tierra firme, en tu propio querido palacio. Piensa tan sólo que mañana, cuando haya<br />
terminado toda esta tontería, nos divertiremos <strong>de</strong> lo lindo azotando. Entretanto, me tienes<br />
a mí para protegerte, bien mío, que valgo por todo un regimiento. ¡Quédate con Samanda!<br />
Glipkerio, que había intentado confusamente apartarse, arrojó <strong>de</strong> súbito los brazos al<br />
cuello <strong>de</strong> la mujerona y casi logró sentarse sobre su gran abdomen.<br />
On<strong>de</strong>ó entonces una cortina azul, pero era sólo la sobrina <strong>de</strong> Glipkerio, Elakeria, con<br />
un vestido <strong>de</strong> seda gris cuyas costuras amenazaban con reventar <strong>de</strong> un momento a otro.<br />
La rolliza y lasciva muchacha había engordado mucho en los últimos días, a causa <strong>de</strong> una<br />
<strong>de</strong>smedida ingestión <strong>de</strong> dulces para mitigar su aflicción porque su madre se había roto el<br />
cuello y la crucifixión <strong>de</strong> su tití, y más aún para apaciguar los temores por su propia<br />
seguridad. Pero en aquel momento una débil cólera parecía suplir el papel <strong>de</strong> la miel y el<br />
azúcar.<br />
—¡Tío! —exclamó—. ¡Tienes que hacer algo en seguida! Los guardianes se han ido, no<br />
hay sirvienta ni paje que respondan a mis llamadas y, cuando he ido en su busca, he<br />
<strong>de</strong>scubierto a esa insolente Reetha —¿no había que azotarla?— incitando a todos los<br />
pajes y doncellas para que se levanten contra ti o hagan algo igualmente violento. Y<br />
llevaba bajo el brazo un muñeco vivo, vestido <strong>de</strong> gris, que blandía una pequeña y cruel<br />
espada... ¡Sin duda, fue él quien crucificó a Kwe-Kwe...! Y ese monstruo diminuto incitaba<br />
a más <strong>de</strong>smanes. Me alejé <strong>de</strong> allí sin ser vista.<br />
—Una rebelión, ¿eh? —gruñó Samanda, <strong>de</strong>jando a Glipkerio y sacando <strong>de</strong> su cinto el<br />
látigo y la porra—. Elakeria, cuida <strong>de</strong> tu tío. Ya sabes, viajes en barco... —añadió en un<br />
áspero susurro, al tiempo que se llevaba un <strong>de</strong>do a la sien, en un a<strong>de</strong>mán significativo—.<br />
Entretanto, les daré a esas marranas y esbirros <strong>de</strong>snudos una contrarrevolución que no<br />
olvidarán.<br />
—¡No me abandones! —le imploró Glipkerio, arrojándose <strong>de</strong> nuevo a su cuello —.<br />
Ahora que Hisvin me ha olvidado, tú eres mi única protección.<br />
Un reloj dio el cuarto <strong>de</strong> hora. <strong>Las</strong> cortinas azules se abrieron y entró Hisvin con pasos<br />
comedidos, en vez <strong>de</strong> andar a toda prisa como <strong>de</strong> costumbre.<br />
—Para bien o para mal, ha llegado mi momento —afirmó.<br />
Llevaba su gorro y toga negros, y sobre la última un cinturón <strong>de</strong>l que colgaba un tintero,<br />
un estuche con plumas <strong>de</strong> ave y una bolsa <strong>de</strong> pergaminos. Le seguían Hisvet y Frix,<br />
vestidas con sobrias túnicas <strong>de</strong> seda negra y estolas. <strong>Las</strong> cortinas azules se cerraron tras<br />
ellos. <strong>Las</strong> expresiones <strong>de</strong> los tres rostros eran graves.<br />
Hisvin se dirigió a Glipkerio, quien, avergonzado por la or<strong>de</strong>nada conducta <strong>de</strong> los recién<br />
llegados, había recuperado su compostura y permanecía <strong>de</strong> pie, tras alisar un poco los<br />
<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nados pliegues <strong>de</strong> su toga y en<strong>de</strong>rezar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> sus bucles dorados la tira <strong>de</strong><br />
fláccida materia vegetal que era todo lo que quedaba <strong>de</strong> su guirnalda <strong>de</strong> trinitarias.<br />
—¡Oh, glorioso Señor Supremo! —entonó Hisvin con solemnidad—. Te traigo las<br />
peores noticias. —Al oír esto Glipkerio pali<strong>de</strong>ció y empezó a temblar <strong>de</strong> nuevo—. Pero