Leiber, Fritz - FR5, Las Espadas de Lankhmar.pdf
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El Ratonero le guiñó un ojo, tiró el frasco y aguardó confiado la aparición <strong>de</strong> sus<br />
po<strong>de</strong>res contra las ratas, cualesquiera que fuesen.<br />
Llegó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba un sonido metálico y el lento crujido <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra dura. Ahora estaban<br />
haciendo bien las cosas, con palancas metálicas. Probablemente la trampa se abriría a<br />
tiempo para que Glipkerio fuese testigo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> ratas. Todo se<br />
iba <strong>de</strong>sarrollando a la perfección.<br />
El negro mar <strong>de</strong> ratas, hasta entonces silenciosas, empezó a agitarse y a ondularse, y<br />
su airado griterío se mezcló con el entrechocar <strong>de</strong> minúsculos dientes. ¡Mejor que<br />
mejor...! Aquel espectáculo guerrero daría cierta animación a su <strong>de</strong>rrota.<br />
El Ratonero observó que estaba <strong>de</strong> pie en el centro <strong>de</strong> un charco <strong>de</strong> limo rosado,<br />
bor<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> gris, que le había pasado <strong>de</strong>sapercibido anteriormente a causa <strong>de</strong> su<br />
apresuramiento y excitación. Jamás había visto un moho <strong>de</strong> sótano como aquél.<br />
Le pareció que los ojos se le hinchaban y le ardían, y <strong>de</strong> improviso sintió que tenía los<br />
po<strong>de</strong>res <strong>de</strong> un dios. Miró a Reetha para advertirle que no se asustara <strong>de</strong> nada <strong>de</strong> lo que<br />
pudiese ocurrir; por ejemplo, que su cuerpo brillara con una luz dorada o que surgiesen <strong>de</strong><br />
sus ojos dos rayos <strong>de</strong> intenso color escarlata que encogerían a las ratas o las calentarían<br />
hasta que reventaran.<br />
Entonces observó que ocurría algo raro. El charco rosado había aumentado mucho <strong>de</strong><br />
tamaño y lamía viscósamente sus botas.<br />
Se oyó un estrépito, al que siguió una lluvia <strong>de</strong> astillas, y la luz <strong>de</strong> la cocina se <strong>de</strong>rramó<br />
sobre la masa <strong>de</strong> ratas.<br />
El Ratonero las miró horrorizado. ¡Eran tan gran<strong>de</strong>s como gatos! ¡No, como lobos<br />
negros! ¡No, como hombres cubiertos <strong>de</strong> pelaje y a cuatro patas! Se aferró a Reetha..., y<br />
se encontró tratando en vano <strong>de</strong> ro<strong>de</strong>ar con sus brazos una pantorrilla blanca y suave, tan<br />
gruesa como una columna <strong>de</strong> templo. Alzó la vista hacia el rostro asombrado <strong>de</strong> la<br />
temerosa y ahora gigantesca Reetha, que parecía estar a una altura <strong>de</strong> dos pisos por<br />
encima <strong>de</strong> él. Recordó que Sheelba le había dicho, malévola y ambiguamente, que le<br />
pondría en las condiciones a<strong>de</strong>cuadas para enfrentarse a la situación... ¡y la primera era<br />
adoptar el tamaño <strong>de</strong> sus enemigos!<br />
El charco viscoso <strong>de</strong> bor<strong>de</strong> grisáceo se había ensanchado todavía más, y ahora el<br />
líquido le llegaba a los tobillos.<br />
Se aferró a la pierna <strong>de</strong> Reetha un momento más, con la débil y poco elegante<br />
esperanza <strong>de</strong> que, como sus armas y ropas, que estaban en contacto con él, se habían<br />
reducido <strong>de</strong> tamaño, también ella podría reducirse cuando la tocara. Así, por lo menos<br />
tendría una compañera. Que no se le ocurriera gritarle a la muchacha que le cogiese en<br />
brazos, quizá representaba un punto a su favor.<br />
Lo único que ocurrió fue que una voz tan profunda que era casi inaudible atronó <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
la boca <strong>de</strong> Reetha, cuyo tamaño era el <strong>de</strong> un escudo <strong>de</strong> bor<strong>de</strong>s rojos:<br />
—¿Qué haces? Estoy asustada. ¡Practica esa magia!<br />
El Ratonero se apartó <strong>de</strong> un salto <strong>de</strong> aquella columna <strong>de</strong> carne, chapoteando en el<br />
repugnante líquido rosado y resbaladizo, al tiempo que <strong>de</strong>senvainaba su espada<br />
Escalpelo, que era apenas más gran<strong>de</strong> que una aguja <strong>de</strong> remendar velas, mientras que la<br />
bujía que sostenía con la mano izquierda tenía el tamaño apropiado para iluminar una<br />
habitación pequeña en una casa <strong>de</strong> muñecas.<br />
Oyó el estrépito confuso <strong>de</strong> múltiples pisadas y roce <strong>de</strong> garras en el suelo, y vio que las<br />
enormes ratas negras huían <strong>de</strong> él en las tres direcciones, con un griterío ensor<strong>de</strong>cedor,<br />
levantando el bor<strong>de</strong> gris <strong>de</strong>l charco como si fuese polvo y chapoteando en el viscoso<br />
líquido rosado, cuya superficie on<strong>de</strong>ó.<br />
La aterrada Reetha vio cómo su rescatador, inexplicablemente reducido <strong>de</strong> tamaño,<br />
giraba sobre sus talones, saltaba por encima <strong>de</strong> un guijarro, aterrizando con un chapoteo<br />
en el charco rosado y, blandiendo su espada, penetraba en el agujero practicado en el<br />
muro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella, y <strong>de</strong>saparecía. <strong>Las</strong> ratas que huían le rozaron los tobillos y se